Bécquer y Soria
“El rayo de Luna” becqueriano inspira una escultura próxima a San Juan de Duero
El escultor Pedro Jordán Mateo, participante del I Simposio Internacional de Escultura Ciudad de Soria en agosto de 2009, se inspiró en la leyenda sorianista El Rayo de Luna de Gustavo Adolfo Bécquer (febrero de 1862) para esculpir en piedra caliza de Calatorao su “Juego de lunas”, de 215 cm. de altura, sita entre el antiguo Fielato y San Juan de Duero.
Muy similar a esta escultura es otra obra, con el mismo título, aunque esta vez en madera, que presentó al año siguiente en el V Simposio Internacional de Escultura en madera al aire libre “Pantha Rei”, en el estudio del escultor alemán Wolfgang Stübner en Wilkendorf (Alemania).
Respecto a esta segunda obra, el tallista decía: “El proyecto realizado es una personal composición, donde dos elementos en forma de luna, se encuentran confrontados
– entrelazados, buscando un juego estético entre superficies suaves redondeadas, aristas, diferentes rugosidades y el agujero – espacio entre los dos cuerpos. Aunque sea una composición abstracta, recuerda las tradicionales esculturas sobre los amantes, el abrazo, el beso”
En cuanto a la obra que vemos en este post, señala: “Es una personal visión escultórica de la leyenda de Bécquer “El rayo de luna”, donde unos estilizados amantes se funden en un eterno abrazo”.
Así comienza esta leyenda becqueriana que transcurre entre los monasterios de San Juan de Duero-San Polo hasta San Saturio, así como entre las callejas y casas solariegas de la ciudad de Soria:
“Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que puedo decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste, de la que acaso yo seré uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de imaginación.
Otro, con esta idea, tal vez hubiera hecho un tomo de filosofía lacrimosa; yo he escrito esta leyenda que, a los que nada vean en su fondo, al menos podrá entretenerles un rato”.
Y así concluye:
“El amor es un rayo de luna… Cantigas… mujeres… glorias… felicidad… mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna.
Manrique estaba loco: por lo menos, todo el mundo lo creía así. A mí, por el contrario, se me figuraba que lo que había hecho era recuperar el juicio”.
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