Numancia
El Más Allá en Soria: Arqueología funeraria en Numancia
En este ciclo por “El Más Allá en Soria” hay que destacar muy especialmente las creencias escatológicas celtibéricas, vinculadas muy probablemente a las de otros pueblos indoeuropeos y que podrían relacionarse incluso con las descritas en los Vedas y Upanishads de la India. Los restos arqueológicos celtibéricos, tanto en su iconología como en las estructuras funerarias, han dado pie a diversas interpretaciones sobre las creencias escatológicas que se encuentran en su sustrato ideológico-religioso, pero no vamos a centrarnos en ellas en este post sino tan solo en los datos aportados por al arqueología funeraria sobre los materiales hallados en la necrópolis de Numancia y la de Tiermes.
No obstante cabe reseñar que se considera que los celtíberos llevaban a cabo un doble ritual funerario con los adultos. Cuenta Silio Italico (3,340-343) que “los celtíberos consideran un honor morir en el combate y un crimen quemar el cadáver del guerrero así muerto; pues creen que su alma remonta a los dioses del cielo, al devorar el cuerpo yacente el buitre”. Por otro lado, Eliano, aunque referido a los vacceos -que los arqueólogos extienden a los celtíberos- indica que “dan sepultura en el fuego a los que mueren de enfermedad…, mas a los que pierden la vida en la guerra… los arrojan a los buitres, que estiman como animales sagrados”.
En la ciudad de Soria, para este recorrido funerario celtibérico lo mejor es acercarse al Museo Numantino y, luego, al yacimiento arqueológico de Numancia. La mejor información sobre la “arqueología funeraria” numantina se encuentra en el libro “La necrópolis celtibérica de Numancia” (Alfredo Jimeno, J.I. de la Torre, R.Berzosa y J. P. Martínez) que recoge en sus 484 páginas las memorias de las excavaciones de la necrópolis celtibérica del s. II a.C. Se descubrió esta necrópolis muy tardíamente, en 1993, y se encuentra en la ladera sur del cerro La Muela de Garray, en su zona media-baja, estimándose en una hectárea su superficie, en la proximidad de la afluencia del Merdancho al Duero, aunque mucho más cerca de este último. Hasta entonces se habían realizado medio centenar de sondeos tratando de encontrar una necrópolis numantina durante el siglo XX.
Según estos arqueólogos, “la excavación de este cementerio ha aportando una importante información sobre la vida de los numantinos, ya que a través del estudio de la estructura de las tumbas, los elementos de ajuar, la composición y organización del cementerio, así como de los análisis osteológicos, se conocen nuevos aspectos del ritual funerario y de la organización socioeconómica. Las 155 tumbas descubiertas ofrecen una estructura funeraria muy simple; consiste básicamente en un pequeño hoyo de dimensiones variables, bien ovalado o semicircular, en el que se depositan directamente los restos de la cremación acompañados de ajuares y ofrendas de distinta naturaleza -predominando los objetos de metal- y de un pequeño vaso cerámico, que a modo de ofrenda se depositaban en el exterior. Algunas piedras limitan y protegen, generalmente, de forma parcial los enterramientos y ajuares”. En tan solo cuatro casos los enterramientos están señalizados con estelas de piedra bruta visibles al exterior. Recalcaremos, eso sí, que “el cuerpo del difunto con sus vestidos y adornos personales era incinerado en una pira «ustrinum » y las cenizas y restos de huesos quemados se depositaban directamente en un hoyo realizado en el suelo” dado que hay una ausencia generalizada de urnas, lo que no acontece en otras necrópolis (como Tiermes, por ejemplo).
Así mismo nos dicen estos arqueólogos que los 155 conjuntos permiten distinguir, al menos, cuatro tipos de enterramientos: “con armas (espada, puñal, escudo, punta de lanza y regatón); con adornos y broches de cinturón, entre los que destacan once tumbas con estandartes o báculos de distinción; otros con fíbulas, agujas o canicas; y un cuarto grupo sin ajuar. Las tumbas estaban organizadas en grupos, dejando espacios intermedios vacíos o con menor intensidad de enterramientos, que se diferencian tanto por su ubicación espacial, como por las características de sus ajuares. El grupo que ocupa la zona central de la necrópolis es el más antiguo (del primer momento de la ciudad, finales del siglo III e inicios del siglo II a.C.) y se caracteriza por la presencia más generalizada de armas y objetos de hierro. Otros dos grupos más modernos aparecen separados y dispuestos en torno a éste, conteniendo sus ajuares, mayoritariamente, elementos de adorno y objetos de prestigio de bronce (las armas se reducen a algún puñal doble globular con rica decoración)”.
Señalan además que “se practica en esta necrópolis de forma generalizada, al igual que en otras celtibéricas, la inutilización intencionada de todas las armas y objetos de metal”. Respecto a las fíbulas se han encontrado 151 dentro de las tumbas, todas ellas son de bronce, a excepción de sesis realizadas en hierro.
Por otra parte, “llama la atención la uniformidad de los restos humanos depositados en todas las tumbas, muy escasos y seleccionados -corresponden únicamente a zonas craneales y huesos largos- y fuertemente fragmentados, que hacen pensar en una acción intencionada, abriendo una nueva perspectiva en la diferenciación de prácticas rituales en las necrópolis celtibéricas. Todos los huesos humanos han sido cremados a una temperatura que oscila entre 600º y 800 º C., lo que se ha podido determinar por su coloración y contenido orgánico. Es frecuente que acompañen a estos restos huesos de fauna, a veces cremados, correspondientes a zonas apendiculares, costillares y mandíbulas (sobre todo de potros y corderos). Este ritual se conoce en otras necrópolis celtibéricas y se relacionan con porciones de carne del banquete funerario destinadas al difunto. Un porcentaje alto de tumbas (31,8%) sólo contiene restos de fauna, lo que hace pensar en enterramientos simbólicos, condicionados por la dificultad de recuperar el cuerpo del difunto”.
Esta necrópolis celtibérica se estima que estuvo activa unos 75 años, desde principios del siglo II a.C-, a la destrucción de la ciudad por Escipión en el 133 a.C, o sea, unos 75 años de uso cementerial.
Orientación solar y polar
En lo que respecta a la orientación de los enterramientos en la necrópolis de Numancia sólo se ha podido determinarla en 58 tumbas , algo más de la tercera parte de las excavadas, en función de la posición de la estela o de la pequeña laja alargada delimitadora de la tumba, aunque “estos indicadores plantean serias dudas por su indeterminación y por la alteración que frecuentemente presentan, condicionada por la pendiente”. A la conclusión a la que se ha llegado es que prepondera la orientación del eje norte-sur, frente a un tercio que indican la dirección este-oeste, y cabe recordar que en la iconología numantina abundan los motivos astrales (e incluso directamente polares si se considera que la swástica es originariamente de simbolismo polar y no solar), tanto en metal como en cerámica.
Por su parte, los arqueólogos S. Martínez Caballero y A.I. Aldecoa Ruiz, consideran que el análisis de la disposición de los ajuares funerarios encontrados junto a diversas tumbas de la necrópolis de Carratiermes (ajuares compuestos principalmente espadas, puntas de lanza, regatones, soliferrea y otros objetos de metal que por su longitud permiten extraer conclusiones sobre la existencia de una orientación en su deposición junto a las urnas cinerarias) “sugiere la existencia de un ritual y de una orientación no casual del depósito de estos ajuares en el terreno”.
Tras un estudio de las direcciones de orientación de los ajuares termesinos, se vió que los mismos se encontraban orientados hacia el norte según la bóveda celeste, con una cierta dispersión a uno y otro lado del eje polar: “Dado que en época celtibérica el polo celeste no correspondía a la actual “estrella polar” (debido al fenómeno conocido como precesión de los equinoccios), mediante un programa informático se hizo un detallado estudio de la bóveda celeste entre el siglo VI y el siglo I antes de Cristo en la latitud de Tiermes, revisando sus variaciones cada siglo, y se comparó con las orientaciones observadas en los ajuares, teniendo en cuenta tanto en su orientación global como la dispersión de cada orientación particular respecto a ella”.
La conclusión a la que se llegó tras este estudio fue que los celtíberos depositaban los ajuares orientándolos hacia el norte con un cierto error, en unos casos hacia el EN y otros al NW, “gracias a la observación del giro circumpolar de dos constelaciones, conocidas entonces por los griegos contemporáneos de los celtíberos como “Helice” y “Cinosura”, de las cuales el escritor clásico Arato de Soli en su libro “Phaenomena” detalla su importancia para la orientación de marinos y viajeros en el siglo III antes de Cristo”.
Estas constelaciones se conocen hoy en día como el Carro Mayor y el Pequeño Carro, es decir, La Osa Mayor y la Osa Menor. “Su uso por los pueblos celtibéricos presupone su conocimiento de las constelaciones y da algún pie a suponer la posible realización nocturna de estos depósitos de ofrendas como ajuar de las urnas cinerarias en las necrópolis celtibéricas utilizando horas en las que las estrellas son visibles tras la puesta del sol o antes de su salida, momentos en los que el mundo de los vivos y el mundo de los muertos mantenían un tenue contacto según sus creencias”, indican ambos arqueólogos.
Sólo nuevas excavaciones en la necrópolis de Carratiermes, de la que apenas se ha explorado un 15% y ha dado ya más de 645 tumbas de incineración de entre el siglo VI a.C. y el siglo I de la era cristina, podrán incrementar nuestro conocimiento de la sociedad celtibérica, sus creencias y sus conocimientos.
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