Acerca del muérdago

Soria es tierra en la que se asentaron los celtíberos cuya mitología y religiosidad parece ser que era eminentemente indoeuropea, y en las diversas cosmovisiones indoeuropeas parece, igualmente, que el muérdago era foco de diversas creencias y rituales vinculados con la inmortalidad, la fertilidad y la salud. Y en Soria podemos ver ramitas de muérdago, como las mostradas en las fotografías, en los chopos y espinos de Valonsadero, así como en los pinos silvestres de Pinar Grande, por ejemplo.

El muérdago, como se sabe, es una planta hemiparasitaria aérea puesto que obtiene savia del árbol en el que crece pero sus hojas igualmente realizan la fotosíntesis.  Sus bayas son tóxicas y sus hojas tienen diversas propiedades medicinales.

Plinio el Viejo en el libro XVI de su Historia natural, dedicado a los Árboles Silvestres, dedica varios párrafos al muérdago, especialmente al vinculado a las coníferas, denominado Viscum álbum, con sus bayas blancas o semitransparentes y hojas elíptico-lanceoladas.  Plinio revela que, de todos los muérdagos, el que más apreciaban los druidas galos era el que crecía en los robles.

Leámosle:  “Es un hecho que consideran como enviado del cielo todo lo que crece sobre estos árboles y en ello ven una señal de la elección por el dios mismo. Es muy raro encontrar muérdago de roble y, cuando se ha encontrado, se recoge con gran pompa religiosa; debe hacerse, sobre todo, en el sexto día de la luna, que entre ellos marca el comienzo de los meses, de los años y de los siglos, que duran 30 años; día escogido porque la luna está ya en toda su fuerza, sin estar aún en medio de su curso. En su lenguaje llaman “curalotodo” al muérdago.

Según sus ritos, preparan al pie del árbol un sacrificio y un festín religioso y llevan dos toros blancos cuyos cuernos son uncidos entonces por vez primera. Un sacerdote, vestido de blanco, trepa al árbol, corta el muérdago con una hoz de oro y lo recibe sobre una tela blanca. Acto seguido, inmolan a las víctimas suplicando al dios que haga propicio su presente para aquéllos a los que se lo ha concedido. Creen que el muérdago, tomado como bebida, concede la fecundidad a todo animal estéril y que es un remedio contra todos los venenos”.

Por su parte Virgilio, en su Eneida, da cuenta del viaje “al interior de la Tierra” que lleva a cabo Eneas para que su padre difunto le contesté a ciertas preguntas, para lo cual antes tiene que cortar una rama dorada de una encina para poder entrar y salir del Averno con éxito, rama dorada que equipara, en cierto modo, analógicamente, al muérdago. “!¡Oh!, si ahora, en este espacioso monte, se me apareciese en su árbol aquel áureo ramo…”, se lamenta Eneas, y entonces aparecen dos palomas que le guían hasta la entrada del Averno, donde se posaron sobre la copa de un árbol, “en el deseado sitio donde el resplandor del oro se destaca por su distinto matiz entre las ramas. Cual suele en la selva, durante los fríos invernales, brotar el muérdago con nueva verdura alrededor de los árboles a los redondos troncos con su amarillo fruto, tal semejaba el áureo follaje en la copuda encina, tal crujían sus hojas, mecidas del blando viento”. Eneas, seguidamente, arranca el ramo y se lo lleva a la cueva de la Sibila.

Si el oro simboliza, entre otras cosas, la inmortalidad, el muérdago, al ser sus hojas casi perennes y destacar entre el ramaje deshojado de los árboles durante meses, sirve igualmente para simbolizar tal inmortalidad o, cuando menos, esa “chispa divina” que anima a todo ser vivo y que nunca muere, según se desprende de algunos ensayos de historiadores de religiones comparadas.

Así mismo, en la mitología nórdica, el más querido y hermoso de los dioses (ases) Balder, hijo de Odín-Wotan, tan sólo puede ser matado por una flecha hecha de muérdago.