Bécquer y Soria
El Más Allá en Soria: El Monte de las Ánimas, leyenda becqueriana
El Festival de las Ánimas de Soria
En la ciudad de Soria se rinde especial homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer a través del Festival de las Ánimas que aglutina una serie de actividades culturales y lúdicas donde se complementan conciertos, lectura de relatos de terror y, especialmente, con una programación variada que homenajea la leyenda becqueriana de “El monte de las Ánimas” con inclusión de pasacalles musical medieval, escenificación de luchas de monjes-guerreros templarios por Oria Dauria, danza procesional de fantasmales títeres gigantes de esqueletos templarios, recitado de la leyenda junto al Duero y paso del fuego con pies descalzos (véase este pdf de sorianoticias donde se resume la historia-del-festival-de-las-animas-de-soria).
El carácter festivo de esta Hueste de las Ánimas Becquerianas puede relacionarse, antropológicamente, a las llamadas “Danzas de la Muerte” o “Danzas Macabras”, que conformaron “un género literario y figurativo muy popular al final de la Baja Edad Media” y que tuvo sus prolongaciones en el tiempo hasta la actualidad (1).
Y aunque Bécquer no incorpora este motivo -la Danza de la Muerte- en “El monte de las Ánimas“, sí que lo conocía sobradamente, como lo evidencian estos dos párrafos de su relato “La noche de difuntos” , noche, en la que por cierto, se desarrolla el drama de la leyenda becqueriana soriana, y que corresponde a la noche del Día de Todos los Santos, 1 de noviembre, y su enlazamiento con la madrugada del Día de los Difuntos, 2 de noviembre:
“A mi voz los caballeros armados de todas armas se levantan de sus góticos sepulcros; los monjes salen de las oscuras bóvedas en que duermen el último sueño al pie de los altares de su abadía, y los camposantos abren de par en par sus puertas para dejar paso al tropel de amarillos esqueletos que acuden presurosos a danzar en vertiginosa ronda en torno al puntiagudo chapitel que me cobija.
Cuando mi imponente clamor sorprende a la crédula vieja al pie del antiguo retablo cuyas luces cuida, cree ver por un momento las ánimas del cuadro danzar entre las llamas de bermellón y ocre al escaso resplandor del moribundo farolillo…”
Igualmente lo patentiza, por ejemplo, este dibujo suyo del ciclo “Les morts pour rire“.
Leyenda El monte de las Ánimas
Gustavo Adolfo Bécquer visitó Soria (2) y parte de su provincia (la del Campo de Gómara y Tierra del Moncayo) debido a que su tío Curro vivía en la ciudad y que se casó con la soriana Casta Esteban (3). Sus estancias en tierras sorianas le inspiraron para escribir varias leyendas, siendo El monte de las Ánimas la primera de todas ellas, publicada en el periódico El Contemporáneo el 7 de noviembre de 1861.
Para Joan Esctruch Tobilla es “uno de los mejores relatos de nuestra subdesarrollada literatura de terror” y lo consigue utilizando muy hábilmente la oscilación entre el contexto realista y lo sobrenatural, “creando un clima de suspenso bien dosificado” (4).
Así comienza: “La noche de difuntos me despertó, a no sé qué hora, el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria…”. Cuenta que los monjes-guerreros de la Orden del Temple se instalaron en Soria al ser conquistada a la morisma y documentalmente, ciertamente, podemos constatar que Alfonso I el Batallador colocó como tenentes de la puebla de Soria y alcaides de su castillo a cofrades laicos del Temple (5).
“Ese monte que hoy llaman de las Ánimas pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río” le dice Alonso de Alcudiel asu prima Beatriz. Mas tal denominación se debe no a los templarios sino a que el monte pertenecía a la Cofradía de las Ánimas hasta la Desamortización de Mendizabal (1836) y con el dinero que sacaban pagaban misas de difuntos y algunos servicios funerarios. Por otra parte, el convento al que se refiere Bécquer es el de San Juan de Duero, que perteneció a la Orden de los Hospitalarios de San Juan; el monasterio que la tradición oral soriana asigna al Temple es el de San Polo, ubicado a unos 450 metros aguas abajo del Duero.
Nobles sorianos y templarios se enzarzan en una batalla a muerte en el monte porque los primeros queiren cazar en él y los “monjes de espuelas” no se lo permiten. Y así le informa Alonso a Beatriz al respecto:
“Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres; los lobos, a quienes se quiso exterminar, tuvieron un sangriento festín.
Desde entonces dicen que, cuando llega la noche de Difuntos, se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche”.
Beatriz ha perdido una banda azul en el Monte de las Ánimas cuando estaba de cacería diurna con su primo y otros caballeros. Le pide a él que, como prueba de su amor, vaya a recogerla inmediatamente… pero Alonso, considerado como “el rey de los cazadores” y que no teme a nada que sea natural, sí teme a lo sobrenatural, y trata de justificar su inicial reparo al capricho de su prima afrancesada: “Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas…; ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento, sin que se sepa adónde…”
Ante el desdén de Beatriz su primo opta por subir al monte y buscar la banda azul. Allí perece, se deja entrever, por la hueste fantasmal. Beatriz, en su alcoba, apenas concilia el sueño. Oye las campanadas de la Noche de Difuntos, siente pisadas junto a ella, cualquier cosa le sobrecoge.
“Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora; vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal decoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto, sangrienta y desgarrada, la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca, blancos los labios, rígidos los miembros: muerta, ¡muerta de horror!”
Posibles influencias en El Monte de las Ánimas
Robert Pageard (6) estima que “los recuerdos shakeaspearianos y la inclinación de Gustavo Adolfo a los dibujos de esqueletos asoman en las partes finales (III y IV)” de la leyenda e intentando buscar las fuentes de inspiración escribe: “Además de las lecturas francesas que hiciera acerca de las tradiciones populares, Gustavo Adolfo se ha inspirado en la historia local (convento de San Juan de Duero, existencia de una cofradía de ánimas) para concebirla. Esta leyenda pudiera contener también un eco de la traducción francesa por Alfredo Michiels (1839-1840) de la balada de Uhland Der nächtliche ritter“. No hemos encontrado esta traducción francesa pero sí la realizada en castellano por el ensayista peruano Manuel González Prada.
Esta balada describe cómo un caballero, enamorado de la dama, lucha por ella durante la noche y, con el crepúsculo, la dama encuentra bajo sus balcones “las huellas escarlatas de su sangre” por ella vertidas “en medio de la noche” y que, se supone, corresponden al caballero nocturno que la rondaba. Ciertamente tiene algunos parecidos temáticos con el enamoramiento de Alonso por su prima, su muerte debida a mostrarle su amor encontrando la banda azul y, finalmente, el hallazgo durante el alba de la banda ensangrentada (“las huellas escarlatas de su sangre“, en la balada de Unhland).
Pero, en nuestra opinión, el “leitmotiv” primordial de El monte de las Ánimas es el tema antropológico, escatológico, literario e iconológico de la denominada Cacería Salvaje que centrará nuestro siguiente artículo no sin antes terminar este post con este dibujo de Valeriano Bécquer en el que representa a su hermano Gustavo Adolfo, cual jinete con torso desnudo, acompañado de una dama que puede rememorar perfectamente a Hécate-Diana, que encabezaba a las hordas de la Ultratumba en algunas versiones de la Caza Salvaje. Este dibujo fue incluido en la traducción de La cazadora salvaje escrita por el angloirlandés Thomas Mayne-Reid y editado en España dentro de la Biblioteca Ilustrada de Gaspar y Roig, para quienes trabajaron los hermanos Bécquer, uno traduciendo y el otro realizando las ilustraciones, según Agustín Porras (7),
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1.- Herbert González Zymla, “La Danza macabra” en Revista Digital de Iconografía Medieval, Vol. VI, nº 11, 2014, pp. 23-51.
2.- Véase Bécquer en Soria, una aproximación sorianista en este mismo blog.
3.- Bécquer y Soria. Homenaje en el primer centenario de su muerte, VVAA, Patronato José María Quadrado, Madrid, 1970.
4.- Joan Esctruch Tobella: “Transgresión y fantasía en las leyendas de Bécquer”, Anthropos, nº 154-155, 1994, p. 98.
5.- Véanse los posts de este blog “Los primeros tenentes de Soria y la Orden del Temple“.
6.- Robert Pageard: Bécquer. Leyenda y realidad, Espasa-Calpe, Madrid, 1990, p. 314.
7.- Véase Nuevas revelaciones becquerianas por Amador Palacios en ABC-Toledo 30-01-2011.
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