Antonio Machado y Soria
El Más Allá en Soria: Filigranas de forja en torno al Olmo Seco Machadiano
Antonio Machado es un importante referente escatológico, poético y filosófico, en esta serie “El Más Allá en Soria” puesto que la muerte de su joven esposa, Leonor, le acompañó en el recuerdo durante el resto de su vida y la evocación de su ausencia-presencia fue una constante en su obra lírica y meditativa, además de adentrarse tanto en verso como en prosa en torno a la muerte y la esperanza en una perduración en el Más Allá. Poco antes de fallecer Leonor a las diez de la noche del 1 de agosto de 1912, Machado escribió su célebre poema “Al un Olmo Seco” el 4 de mayo, expresando en él su confianza en que, al igual que le han brotado unas ramas, Leonor pueda recobrar la salud plenamente. Este olmo debía estar cerca del monumento machadiano de los Cuatro Vientos en el cerro del Mirón, según indicaciones de ancianos recogidas por el pintor Rafael de la Rosa. Pero si hay algún olmo que puede representarle es éste del atrio de la parroquia de la Virgen del Espino, aniquilado por la grafiosis y protegido su carcomido tronco por el Ayuntamiento-, el más idóneo.
Árbol totémico podemos clasificar a este olmo sin vida que se encuentra a un centenar de metros, en línea recta, de la tumba de Leonor, y cuyo poema, sobre un atril metálico, es leído por los visitantes machadianos que se acercan hasta el cementerio del Espino “donde está su tierra”.
Una verja en su derredor, artísticamente realizada en forja por Luis Isidoro Saenz Saenz, le protege y confiere al conjunto un carácter mandálico y simbólico, y hasta un atril con alfabeto braille permite a los invidentes poder leer el poema inmortal.
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
La forja de la verja imita retorcidas ramas, cual zarcillos en espirales, llenas de vida en recuerdo a esa esperanza mostrada desde el corazón por Antonio Machado en este poema.
Y una mano, enlazada con el eje del atril principal, sube por el trono y, abierta, parece querer ser vivificada al menos por el “sol de mayo”…
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