Bécquer y Soria

La peliculera fuga de los Bécquer de Noviercas y la acogida en Soria por su tío Curro

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El relato es propicio para una obra de teatro o unas secuencias en un documental o película. Y lo escribe nada menos que la sobrina de Gustavo Adolfo e hija de Valeriano, Julia Bécquer, en «La verdad sobre los hermanos Bécquer. Memorias de Julia Bécquer» (Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo del Ayuntamiento de Madrid, 1932, n.º 33),  que transcribimos a continuación, a lo que hemos añadido unas notas bibliográficas aclaratorias de algunos datos que aporta en esta narración.

Acompañando a Gustavo y a Casta, con sus dos hijos, fuimos a Noviercas, provincia de Soria, donde residían los padres de Casta, y allí ocurrió la tragedia entre Gustavo y su esposa. Rivalidades con un antiguo novio (con el cual casó al morir Gustavo) hicieron salir a los dos desafiados a la plaza del pueblo (1).

Al día siguiente Gustavo se separaba de su mujer, llevándose a sus dos hijos, de tres y de cinco años, a un caserón, sin casi otros muebles que las camas. Allí estuvimos refugiados hasta marchar a Soria con el tío Curro Bécquer, hermano de mi abuelo (2).
Una mañana, después de haber salido mi padre, se presentó Casta en actitud iracunda, sin previo aviso y entrando de repente. Iba por sus hijos; pero Gustavo, cogiendo a Jorgillo debajo de un brazo, con el otro levantó una silla, retándola a intentar apoderarse de alguno de los niños (3). Después de algunos insultos por parte de ella se retiró por el mismo camino que había traído.

Ella y su familia le echaban la culpa de la desavenencia a mi padre; de algún modo habían de tratar de justificar la asonada en el pueblo y pretender vindicarse. Fue tal el odio de estas gentes a mi pobre padre que entregaron a los chicos del pueblo una fotografía suya de gran tamaño para que la apedrearan, y no contentos con esto, pagaron a dos hombres para que a nuestra salida hacia Soria se apostaran en el camino para matarlos. Gracias a un sigiloso y oportuno aviso pidieron los míos armas al tío Curro, quien les envió dos viejos cachorrillos o pistolones, quizá de la guerra de la Independencia. Se le advirtió al carretero que nos había de conducir; éste mudó el camino, y gracias a la providencia de Dios llegamos sanos y salvos a casa del tío Curro (4). Ya en ésta nos encontrábamos muy bien todos; mi padre y Gustavo le querían como a otro padre, pues era hermano del suyo, y nosotros como a un abuelito, pues como tal se comportaba con sus sobrinos-nietos.

Era el tío Curro un viejecito de poca estatura, muy atildado y muy vivo, que vivía con el único hijo que tenía, todo un buen tipo; pero, por desgracia, padecía desde niño degeneración mental. A éste le rodeaba de toda clase de cuidados, como pudiera hacerlo la más cuidadosa madre, aunque para su genio vivaracho le hacía sufrir algunas veces. Los chiquillos jugábamos con él como si fuese otro igual, a pesar de sus treinta años; mi hermano, con sus ocho o nueve años, gustaba de engañarle en el juego de la “gallinita ciega», tapándole los ojos y haciéndonos salir para dejarle solo dándose coscorrones. Cuando, quitándose el pañuelo, veía que no estábamos se enfurecía; mas le pasaba pronto, dejándonos y bajando a la cochera, donde le tenía el padre para su regalo una «charrette», la que, a pesar de su enfermedad, guiaba perfectamente en sus paseos cotidianos.

El tío Curro Bécquer fue un hombre singular; llevaba en la sangre la herencia típica de la familia Bécquer. Su hermano D. José D. Bécquer (mi abuelo) había dejado fama en la pintura, aunque murió a la temprana edad de treinta y seis años. Ya en la Academia era el discípulo más aventajado, cosa digna de atención, pues fue condiscípulo de Alenza y de Esquivel. Joaquín, otro hermano del tío Curro, era pintor notable también (5); él, aunque no se había consagrado al arte, lo sentía en todas sus manifestaciones, pues sabía música, dibujaba y pintaba con acierto, y nos daba representaciones de sombras chinescas, de linternas mágicas por las noches, con lo que nos tenía encantados a grandes y a pequeños, que nos reuníamos en la sala principal de la casa como si fuese un teatro. El gozaba así, como haciéndonos juguetes primorosos, que no sabíamos apreciar y rompíamos antes de tiempo. Después, en Madrid, siempre estábamos deseando la visita del tío Curro, que nos había de traer dulces y juguetes. ¡Con cuánto cariño le he recordado siempre!.-

Retrato de Bécquer en 1867

Notas aclaratorias (Ángel Almazán)

1.- No es cierto que se casara con Hilarión Borobia, «El Rubio», su antiguo novio, sino que el 22 de mayo de 1872, y en Noviercas, se casó con Manuel Rodríguez Bernardo, un asturiano recaudador de Hacienda en la zona, que unos meses después fue asesinado por “El Rubio”. Así lo ha señalado Heliodoro Carpintero: “En la tarde del martes de Carnaval acudieron Casta y su marido a la casa de D. Luis García, donde se celebraba un animado baile familiar, en el transcurso del cual hubo una discusión y se expulsó al Rubio de la fiesta. Casta se dispuso a marchar a casa con su marido. Juntos salieron del brazo. No habían dado más que unos pasos cuando sonó un tiro y Casta vio que su marido caía al suelo con ayes de dolor que se mezclaron a los de Casta. Cuando el 26 de febrero de 1873, se produce el asesinato del segundo marido de Casta –don Manuel Rodríguez Bernardo- el pueblo señala al Rubio como autor del crimen. Pero el crimen, fuera o no él su autor, queda impune.” 

2.- Según el genealogista becqueriano Eduardo Ybarra Hidalgo, el padre de Valeriano y Gustavo, el pintor José Domínguez Bécquer, tuvo dos hermanos varones llamados Manuel y Francisco. Por lo tanto este último tiene que ser el “tío Curro de Soria” citado por Julia Bécquer y protagonista de este post en Elige Soria. Es posible que además tuvieran una hermana, Isabel Domínguez Insausti, según refleja el Censo de Sevilla de 1875, dato este último dado a conocer por Francisco Javier Sánchez Angulo en https://elcajondelosmisterios.com/2014/06/20/genealogia-becquer-sevilla/, consultado el 13 de noviembre de 2019).

3.- Casta y Gustavo se casan en Madrid el 19 de mayo de 1861. Los hijos que tuvo Gustavo Adolfo con la soriana Casta Esteban fueron dos: Gregorio, (Noviercas, 1862) y Jorge (Madrid, 1865). “El 15 de Diciembre de 1868, nació en Noviercas el tercer hijo del matrimonio, Emilio Eusebio. Aunque la paternidad de Bécquer fue puesta en duda; tras la muerte de Valeriano el 23 de Septiembre 1870, el matrimonio se volvió a reunir (como si el culpable de su separación hubiera sido el hermano). Bécquer moriría tres meses más tarde, el 22 de diciembre de 1.870, a los 34 años de edad, como consecuencia de un infarto de hígado, complicado con una fiebre intermitente maligna o perniciosa. Ella tenía entonces 29 años” (https://barderasdelmoncayo.wordpress.com/casta-esposa-de-gustavo-adolfo-becquer/biografia-de-casta/), consultado el 13 de noviembre de 2019). Este tercer hijo de Casta -“Emilín” lo llamaba Gustavo Adolfo en una carta-, fallecería a los cinco años en Ágreda (mayo de 1874).

4.- El tío Curro vivió en la ciudad de Soria al menos en dos domicilios: calle Zapatería y Plaza de Teatinos. Hay algunos que creen que también en la Plaza de Herradores. ¿Por qué vino a residir en Soria? ¿Qué oficio tuvo? ¿Cuándo se marchó de Soria…? Estas y otras preguntas están, al día de hoy, sin respuesta. Eso sí, algunos investigadores sorianos suponen que ya vivía en Soria hacia 1856 y otros lo remontan a 1854 (véase en este blog: Sobre los antepasados sorianos de Gustavo Adolfo Bécquer).

5.- Otro error de Julia en estas memorias: Joaquín Domínguez Bécquer, no era hermano del “tío Curro”, sino primo carnal de su padre, José Domínguez Bécquer, según ha puesto de manifiesto Francisco Javier Sánchez Angulo al publicar en internet la partida de matrimonio de Joaquín Domínguez Bécquer (13/feb/1853) y el registro del Censo de Sevilla de 1875 correspondiente a Joaquín Domínguez Bécquer. El abuelo de Gustavo Adolfo y Valeriano (Antonio Domínguez, hijo de Julián Domínguez y Villalba) tuvo como hermanos a José y a Manuel María (éste último, padre de Joaquín).

Estudió en la Escuela de Bellas Artes de la capital hispalense. Sin embargo, su verdadera formación artística la recibió en el estudio de su primo el pintor José Domínguez Bécquer, con quien colaboró, siendo muy joven, en la realización de sus primeras obras: cuadritos de costumbres populares ejecutados con técnica decidida, vendidos en su mayor parte a extranjeros y forasteros que venían a la ciudad prendados por su tipismo. Tras la muerte prematura de éste último, en 1841, se hizo cargo del taller familiar, en donde enseñó dibujo y pintura a sus sobrinos, Valeriano y Gustavo Adolfo, a los que tutelaba desde el óbito de su padre, pues eran sus sobrinos segundos” (en http://dbe.rah.es/biografias/63243/joaquin-dominguez-becquer, consultado, 13-nov-2019).

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