Gerardo Diego y Soria

Loas de J.A. Gaya Nuño y Concha de Marco a Gerardo Diego

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El matrimonio formado por Juan Antonio Gaya Nuño y Concha de Marco participaron con sendos escritos en el libro  “Homenaje a Gerardo Diego: exposición de artistas plásticos, conferencias y conciertos”,  organizado por el Club Urbis y el Tercer Programa de Radio Nacional de España  entre el 12 de enero y 20 de febrero de 1973; exposición a la que acudieron y de la que hay como testimonio gráfico la imagen que encabeza este post.

Transcribimos los dos escritos a continuación, e incorporamos las sendas dedicatorias que les firmó Gerardo Diego.

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Recuerdos decisivos y que no pueden ser olvidados. Gerardo Diego fue el primer poeta de carne y hueso que conocí en mi vida, así como su «Soria. Galería de estampas y efusiones», de 1922, había de ser la primera poesía novecentista que llegara a mis manos. Y durante tiempo creí que Gerardo era el prototipo físico obligatorio —juncal y delgado, juvenil y entusiasmado— de todo poeta, rechazaba la posibilidad de que pudieran existir colegas suyos gordos, ancianos, pequeños, de andar desviado. Tal era mi fascinación infantil para con el catedrático de Literatura del instituto de Soria, el que, como no podía ser de otro modo, tenía una novia guapísima. No tuve la fortuna de ser su alumno, y hablo de fortuna porque, aparte de lo que haya podido enseñar de Lengua y Literatura en medio siglo de docencia, la perfección de su voz tenía que hacer amables todas las lecciones que explicase, aunque hubieran sido de Trigonometría. Esa voz y ese magistral modo de leer —no conozco en ello español que le supere— es la justa consecuencia de ser, de haber sido a la vez catedrático y poeta. O al revés, como se quiera.

Cincuenta años después, Gerardo y yo somos, también, cincuenta años mayores. Pero no ha envejecido. Tiene la misma figura de la etapa soriana, y es de esperar que la conserve indefinidamente. De ello hablábamos recientemente, porque —ni siquiera habría que consignarlo— somos amigos, y viejos amigos, y hasta colegas en determinadas predilecciones. Pues Gerardo entiende la poesía de un modo tan amplio y ambicioso como para incluir en ella el amor a la música y a la pintura, desmán y codicia, avariciosa gula por raras gentes compartidas, pero que reafirman la gentileza total de su espíritu. Contra la espantosa deseducación plástica y musical de la inmensa mayoría de los integrantes de nuestra vida cultural, la cohesión de receptibilidad sensible de Gerardo Diego es de una unicidad, de una rareza que conmueve. Hay que ser poeta total y absoluto para hacer lo que mi amigo, para llevar su luz lírica hasta parcelas que normalmente no frecuentan los poetas. Pero estas cuestiones nos llevarían lejos y yo no quiero que me alejen de una ocasión de congregar admiraciones en torno a Gerardo Diego. Ni trataré de analizar su obra. Antes que intentarlo, el propósito era el de razonar una predilección que comenzó en Soria, cuando yo contaba nueve años.

JUAN ANTONIO GAYA NUÑO

 

Era yo muy jovencita, casi una niña, cuando leí en una revista el poema de Gerardo dedicado a Bécquer, cuyo final lo hacía extensivo a Machado, ambos poetas andaluces que soñaron y vivieron en mi tierra. Me lo sé de memoria o por habérmelo aprendido adrede o leído muchas veces, ni siquiera recordado con frecuencia, sino porque allí quedó, entrañado, perenne, como todo lo que levanta eco en la conciencia de una juventud sensible. Podría recitarlo dormida, ahora, después de cuarenta años: «Desde el cántabro mar que mi niñez limita / en elásticos círculos norteños / subí, no a la alta Soria heroica y eremita…» He seguido su obra desde entonces y, por si no hubiera sido suficiente tal magisterio, nos hizo el regalo, a los jóvenes de 1934, de aquella famosa antología de poetas contemporáneos que aquí conservo, con sus tapas color naranja, y que puso al alcance de mi ávida necesidad de conocer a los poetas del siglo. Así me fue dado, generosamente, el punto de partida, la clave para ulteriores conocimientos.

Gerardo Diego, castellano del mar, artista completo, gran poeta, penetrante ensayista, atento a toda manifestación del arte, sobre todo al de la pintura. degustador e intérprete de hermosas páginas musicales, «Ludi Magister» desde hace más de medio siglo; que tu espíritu aliente muchos años para bien y alegría de todos cuantos te admiramos y queremos.

CONCHA DE MARCO

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