Bécquer y Soria

El burgense Federico Olmeda puso música a las Rimas de Bécquer

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Federico Olmeda

Federico Olmeda de San José nace en la localidad soriana de El Burgo de Osma el 18 de julio de 1865. Su padre, Rafael, campesino, era de Berlanga de Duero; su madre, Manuela de San José, fue niña expósita dejada en el torno del hospicio burgense en 1845. Fruto de este segundo matrimonio de Rafael nació Federico que, a los siete años pasó a formar parte del colegio de Niños de Coro de la catedral de El Burgo de Osma. Entre 1881 y 1884 fue segundo violinista en la capilla de música de la catedral. Organista de la catedral de Tudela en 1887 y de la catedral de Burgos entre 1888 y 1907. Ordenado sacerdote en mayo de 1888. Nombrado académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de Madrid en 1895. Director, en 1900, del Orfeón de Santa Cecilia burgalés y profesor de música del Círculo Católico de Obreros.  Maestro de capilla, en 1907, del monasterio de las Descalzas Reales, en Madrid. Fallece el 12 de febrero de 1909 a los 43 años de edad.

En su villa natal, El Burgo de Osma, se fundó en su honor la Coral Federico Olmeda que ofreció su primer concierto en agosto de 1981.

Para Andrés Ruiz Tarazona, “Olmeda fue un destacado musicógrafo y folklorista, además de precursor en la recuperación del canto gregoriano y la dignificación de la música sagrada. Pero también fue un compositor cuya obra merece ser escuchada, pese a haber transcurrido más de un siglo desde su muerte. Si leemos la excelente biografía escrita por el músico Miguel Ángel Palacios Garoz, ‘Federico Olmeda, un maestro de capilla atípico’ (Burgos, 2003), podemos percibir el afán regeneracionista de Olmeda, la rebeldía ante la penuria de la vida musical en la España de su tiempo, algo que también está en su contemporáneo Isaac Albéniz. El gran mérito de Olmeda es haber llegado a ser un músico apreciado fuera de nuestras fronteras, siendo buena parte de su vida un creador inmerso en un pequeño ámbito provinciano que, en lo musical, aún se movía dentro de los parámetros del antiguo régimen”.

 

Las Rimas con Albéniz

Poco antes de que Olmeda comenzara, en 1890, a componer para piano algunas de las Rimas becquerianas, ya las había ya musicado Isaac Albéniz.  Albéniz, entre 1857 y 1868, compuso cinco breves canciones en torno las rimas 9, 7, 46, 19 y 56 del “Libro de los gorriones”, primera edición de las Rimas de Bécquer (76 poemas). De ellas propuso Albéniz dos versiones: una, para canto y piano; la otra, para recitador y piano.

Pudieron escucharse en Noviercas el 22 de abril de 2017 en un concierto enmarcado en las actividades culturales de las XVI Jornadas  Becquerianas, concretamente en el Musero Bécquer con Jesús Ortiz (piano), Noelia Gracia (violín), Cecilia Grilló (viola) y Jorge Marco (violonchelo).

Las Rimas en Federico Olmeda

Según indica Andrés Ruiz Tarazona en los últimos años del siglo XIX las “Rimas” de Bécquer eran ya muy populares. “El mismo Olmeda publicó en 1901 la canción “Cerraron sus ojos” (también lo haría Falla por entonces) sobre la “Rima” núm. 73. La originalidad de Olmeda es que, al igual que hicieran en Europa Mendelssohn, Schumann, Liszt, Brahms y otros, se basó en los versos de un poeta favorito para componer obras para piano, algo que ya había intentado Isidoro Hernández, aunque en su caso, como también en el de Albéniz, la parte de piano era solo un fondo para recitar el poema”, nos indica.

Ruiz Tarazona aclara: “Albéniz hizo dos versiones, una para ser cantada y otra para servir de fondo a un rapsoda. La de Olmeda es, como son los ‘Lieder ohne Worte’ (‘Canciones sin palabras’) de Mendelssohn, exclusivamente para piano. Él llamó ‘Rimas’ a 33 de sus obras para piano, numerándolas del 1 al 33, pero no todas proceden de las ‘Rimas’ de Bécquer. Solamente de nueve de ellas el propio Olmeda nos ha dejado constancia de la rima que las inspira. Del resto no nos dice nada, aunque hay al menos cinco que no proceden del poeta sevillano. Las otras veinte ‘Rimas’ podrían tener relación con Bécquer, pero al ser más tardías no quiso ya Olmeda atribuirles fuente alguna, pues su deseo debía ser probablemente el de separar la música de cualquier contexto, aunque fuese literario. Por otra parte, su condición sacerdotal le apartaba del contenido amoroso y desesperanzado del mundo becqueriano. De hecho, una de las rimas empleadas por él, la núm. 11 de la primera edición (núm. 2 en el orden de Olmeda) es la muy sensual ‘Yo soy ardiente, yo soy morena…’ que Olmeda tituló según su última estrofa, ‘Yo soy un sueño…’…”

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