Antonio Machado y Soria

110 Aniversario de Antonio Machado y Leonor Izquierdo en París (2)

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El 10 de septiembre de 1911 concluye la estancia parisina de Antonio Machado y Leonor Izquierdo y, vía Madrid, donde están varios días, retornan a Soria de donde habían partido hacia Francia el 12 de enero para hacer efectiva la Beca de Ampliación de Estudios en Filología Francesa otorgada a Antonio Machado. Ella volvía enferma. El 14 de julio había sufrido su primera hemoptisis y estuvo internada 55 días en la Maison Municipal de Santé.

En el periódico “El Avisador Numantino” se informaba el 16 de septiembre que “Han llegado de París el laureado y distinguido poeta don Antonio Machado y Señora”, y el 14 de octubre se publica en portada el artículo “La carta del poeta”, firmado por su buen amigo José María Palacio, que con anterioriridad se había publicado, en su día, en el periódico “La Nación” (Buenos Aires).

Lamentablemente desconocemos la fecha de la carta y la de su primera publicación en “La Nación”, pero sí se conserva un manuscrito parisino, a modo de esbozo, quizás, de una poesía.

Seguidamente transcribimos buena parte de este artículo de portada.

 

La carta del poeta

 

Hoy recibo una carta de París; la carta es del gran pensador y poeta excelso, de Antonio Machado, y me trae un poco del perfume de los bulevares, y el hálito delicado y sutil del poeta que siente, allá en la gran ciudad, “gran nostalgia por estos Campos de Castilla, ¡tan bellos, tan espirituales !..”

Yo acierto a comprender cómo mi excelente amigo Machado siente en París el deseo de andar por sobre las tierras esteparias de las mesetas castellanas, y el de volver a saludar a los olmos centenarios de los paseos que rodean a estas viejas poblaciones, claras en días de sol y envueltas en una penumbra somnolienta al través de los siglos.

El hombre de campo, este hombre que el mismo Machado ha descrito en versos admirables, que siente todavía la pesadumbre de muchos anhelos no satisfechos, tiene una ingénita condición de conquistador sobre la tierra roja, o negra, y obscura, de Castilla, de Andalucía, de Galicia, de Cataluña, de España entera, ha abierto enormes surcos el sudor de los labriegos, y esos surcos el sudor de los labriegos, y estos surcos, signo de esperanza y de redención futura, quedan aún sin cerrar, porque es ingrato el trabajo y en ellos da aún grandes latigazos la rutina.

Este problema del “santo suelo” es latente en este país, y los escritores lo suelen ver desde las mesas de sus despachos y los políticos lo enuncian a título de curadores espontáneos y sencillos en la época única que ellos saludan más al labrador: cuando de él solicitan el sufragio electoral.

Por eso, sobre el montón de desengaños, y de mentiras, y de falacias, los inquietos, los ambiciosos, quizá los más fuertes, van a otras patrias y a otros cielos, y el cielo argentino, cielo de gloria y de esperanza, actúa como una promesa en la imaginación de las modernas caravanas conquistadoras del pan.

¡Salud hermanos! Desde el centro de la vieja Castilla, entraña de una raza fuerte, se levanta una voz modesta que encuentra eco aquí, en “La Nación”, y envía una palabra de consuelo al través de los mares ¡Patria! Así es la voz de la madre para sus hijos y para sus hermanos, esforzados varones de un pueblo noble que lucha y trabaja. Por eso llegará a su cabal y completo engrandecimiento.

El poeta siente su nostalgia en París y para curarse del “tedio urbano” trabaja “cuanto puede” en asuntos filológicos y asiste a clases y conferencias, y preparar trabajos para la Junta española de Ampliación de Estudios.

Machado, desde París, me anima a estudiar cosas de Arqueología y emite este juicio: “Lo más interesante de España son las piedras venerables y las ruinas.”

Yo asiento un tanto en la afirmación del poeta, pero creo al mismo tiempo que nos hemos fijado demasiado en nuestras “ruinas” (léase desgracias) para acentuar un pesimismo exagerado y contraproducente, porque hay en el pesimismo una cantidad de reflexiones y desengaños, y todo lo que se aumenta en reflexión, se pierde en energía y en vigor para una reconstitución de órganos que no están sino dormidos.

Lo dice Machado con una visión muy clara de nuestra psicología: “En España conviene olvidar la política para hacer cultura”.

Y la síntesis de nuestros ideales para lo porvenir a esta que hace muchos años señaló el formidable Costa: “Pan y Cultura, Cultura y Pan”.

(…) Machado, el alma delicada de Machado, siente en París el “tedio urbano” y ambiciona ver el horizonte azul de los campos de Castilla.

Y Gómez Carrillo, otra pluma espiritual, fluida y sugestiva, en una bella crónica que acabo de leer, afirma una vez más su enamoramiento por París, al plantear una cuestión humana, muy humana, porque se refiere al Dolor y a la Miseria.  ¿Hay algo más cruelmente humano?

(…) Y aunque no crea que París, solo París es Atenas, invierto la nostalgia de Machado y preferiría el “tedio urbano” a la soporífera monotonía de los campos olvidados o a la uniforme continuidad de las estepas yermas.

Y es que en el mundo, no hemos llegado los hombres todavía a la virtud de sobreponernos al Dolor.

Por más que también hay quien creen como Schopenhauer que el Dolor tiene sus encantos.

Tal vez no haya en todo esto más que una cuestión de temperamento.

Y teniéndolo todos igual, la vida sería atrozmente aburrida.

(José María Palacio,de La Nación)

 

El tedio urbano y el poema CVI

 

De las pocas transcripciones que Palacio recoge de la carta parisina de su amigo Antonio Machado, queremos detenernos hoy en la expresión “tedio urbano” puesto que nos reconduce al Poema CVI de las Obras Completas de Antonio Machado, conocido como “Un loco” e incluido en Campos de Castilla (publicado en 1212). Leámoslo.

 

Es una tarde mustia y desabrida
de un otoño sin frutos, en la tierra
estéril y raída
donde la sombra de un centauro yerra.
   Por un camino en la árida llanura,
entre álamos marchitos,
a solas con su sombra y su locura
va el loco, hablando a gritos.
   Lejos se ven sombríos estepares,
colinas con malezas y cambrones,
y ruinas de viejos encinares,
coronando los agrios serrijones.
   El loco vocifera
a solas con su sombra y su quimera.
Es horrible y grotesta su figura;
flaco, sucio, maltrecho y mal rapado,
ojos de calentura
iluminan su rostro demacrado.
   Huye de la ciudad… Pobres maldades,
misérrimas virtudes y quehaceres
de chulos aburridos, y ruindades
de ociosos mercaderes.
   Por los campos de Dios el loco avanza.
Tras la tierra esquelética y sequiza
-rojo de herrumbre y pardo de ceniza-
hay un sueño de lirio en lontananza.
    Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano!
-¡carne triste y espíritu villano!-.
No fue por una trágica amargura
esta alma errante desgajada y rota;
purga un pecado ajeno: la cordura,
la terrible cordura del idiota.

 

Entre las interpretaciones que hemos leído sobre este poema queremos destacar especialmente la realizada por el investigador machadiano y junguiano Armand F. Baker en su ensayo “La locura en la obra de Antonio Machado” (Actas del octavo Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas : celebrado en Brown University, Providence Rhode Island, del 22 al 27 de agosto de 1983, Madrid, Ediciones Istmo, 1986, pp. 185-193). No podemos superar dicha hermenéutica, que consideramos muy acertada, por lo que dirigimos al lector interesado a dicho ensayo La locura en la obra de Antonio Machado.

Por nuestra parte queremos además llamar la atención respecto a algunas similitudes temático-simbólicas con un poema muy anterior de Antonio Machado, el XXXVII de sus Obras Completas e incluido en “Galerías...” Y no sólo eso, sino que el primer verso, es casi totalmente idéntico: “Es una tarde ceniciente y mustia”. Además queda despejado quien es el protagonista, el sujeto, el “loco”: él mismo, el poeta, Antonio Machado. Leámoslo por tanto.

 

Es una tarde cenicienta y mustia,
destartalada, como el alma mía;
y es esta vieja angustia
que habita mi usual hipocondría.
    La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando, digo:
—Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.

            *

    Y no es verdad, dolor, yo te conozco,
tú eres nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío,
de barco sin naufragio y sin estrella.
    Como perro olvidado que no tiene
huella ni olfato y yerra
por los caminos, sin camino, como
el niño que en la noche de una fiesta
    se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena,
    así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla

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