Bécquer y Soria

Bécquer en Soria, en vuelo hacia la altura

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Reproducimos a continuación un artículo muy lírico sobre la inspiración que le vino a Gustavo Adolfo Bécquer en la ciudad de Soria, crónica escrita por el periodista Celestino Monge Herrero, director de “Campo”, y publicado en ABC-Sevilla, el 25 de mayo de 1966 bajo el título de “Bécquer hace cien años”. Este artículo, prácticamente desconocido hoy día en la bibliografía soriana localista, destaca por el lirismo en que está narrado, muy a tono con el de Gustavo Adolfo Bécquer, gran poeta y prosista romántico sobre el que se ha iniciado un proyecto de creación de la Ruta de Bécquer en Soria (ciudad y provincia) con motivo del 150 aniversario de su fallecimiento el 22 de diciembre de 1870.

Dicen que un Rayo de Luna debió nimbar la frente de Bécquer cuando escribió la leyenda que lleva este título.

Y que fue, precisamente en los claustros de San Juan de Duero, a cuyas seculares piedras retostadas al sol -por eso el color de oro tienen ellas-, se agarra la yedra, siempre pomposa y lúcida en este lugar invitativo al recogimiento, a la meditación, al saboreo de las cosas grandes escondidas en las sencillez sublime, del césped, de las hojas, de los arcos…

Al pie del Monte de las Ánimas, como nido de ruiseñores bien escondido, construyeron su monasterio los Caballeros de San Juan de Jerusalén. Y a fe de tierras bíblicas queda recia huella, en plintos y en claves, en la total armonía de un claustro, donde sin duda alguna, el Salterio tendría en su recitación, en su semitono, completo sabor de eternidad.

Cabalmente hace cien años por aquí anduvo Gustavo Adolfo Bécquer.

Entonces era San Juan de Duero una casa olvidada.

Nos han dicho que los gitanos amparaban al abrigo de sus muros y cobijo encontraban dentro de la iglesia abandonada.

Pero Bécquer, siempre en vuelo hacia la altura, tenía su proyecto; helo aquí:

El año 1866, el poeta expuso al periodista local, don Antonio Pérez-Rioja, su deseo de adquirir claustros e iglesia, para crear en aquel punto un museo provincial de Antigüedades y Bellas Artes, instalando en el mismo objetos procedentes de Uxama, Numancia, Voluce y Augustóbriga, cuadros recogidos después de la exclaustración del Monasterio de Santa María de Huerta y algunos otros descubiertos en sus correrías por Soria, por su hermano Valeriano.

Hubo, como siempre, montones de dificultades, y el buen poeta guardó su proyecto, pero siguió yendo hacia los claustros, no para encontrar arrequives retóricos a la expresión de su alma, sino para gozar la caricia del rayo de luna que penetraba juguetón por entre las fisuras de la yedra para dejar su bejo imperceptible, con delicada reverente actitud, en la base de algún arco.

Pero no sólo los claustros de San Juan de Duero era “lugar cobdiciadero” para Bécquer.

Dicen que salía de allí, sin decirle adiós, e iba despacio, siguiendo la corriente del río; algún álamo viejo todavía recordará el paseo hacia San Polo, el monumento románico más antiguo de esta románica ciudad, residencia de templarios que allí aguardaban a la entrada de las rutas de Aragón las puertas de la ciudad.

¡Bonito San Polo! Aquí cantó a Casta Esteban, la señorita de Noviercas con la cual casó el poeta el día 19 de mayo de 1861

Para que encuentren en tu pecho asilo
y les des juventud, vida y calor
tres cosas que no puedo darles
hice mis versos yo

Otro poeta, Antonio Machado, recorrería este camino años después.

Y a quien esto escribe, viendo un enjambre de abejas tenazmente domiciliado en los arcos de San Polo, se le antojaba pensar que Machado escribió su verso “Anoche, cuando dormía”, observando los afanes laborales de las abejas yendo y viniendo a la fuente cercana, hacia los tomillares de la Sierra de Santa Ana o de Peña Alba o en cumplida visita a las flores de las huertas próximas…

Bécquer, en vuelo hacia la altura, hace cien años por estos viejos lugares de Castilla, en estos poéticos lugares que para él todo lo tenían: luz, fuente, río, claustros, caminos y avecillas, surcando los claros espacios que circuyen a Soria, ciudad en la cual Bécquer sintió con plenitud la caricia de la idealidad.

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