Bécquer y Soria

Bécquer: Leyenda y amor cerca del Duero 

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Bécquer en la primera época de Revista de Soria

Gustavo Adolfo Bécquer ocupó doce páginas en la primera etapa de Revista de Soria, publicación de la Diputación de Soria, entre los que hemos seleccionado el primero de los artículos para su pulicación en Elige Soria.

nº 10, 1969, cuarto trimestre: Soria, por aquí anduvo Bécquer – Celestino Monge.

nº 12, 1970, segundo trimestre
Leyenda y amor cerca del Duero – Gumersindo García Berlanga
Los hombres, los pueblos y las tierras de Castilla, en el Primer Centenario de la Muerte de los Hermanos Bécquer – Simón González y Gómez

nº 13
Reseña libro “Leyendas Sorianas” publicado por la Caja de Ahorros y Préstamos de la Provincia
Reseña del libro “Bécquer y Soria” publicado por el Patronato José María Quadrado

nº 14, 1971, segundo trimestre:  Bécquer. Radiografía de un hombre triste – E. Lices y Turiño

nº 29, 1975, primer trimestre: Evocación de Bécquer – E. Lices y Turiño

Leyenda y amor cerca del Duero 

Gumersindo García Berlanga

El poeta de las Rimas y Leyendas fallecía el 22 de diciembre de 1870 y con él terminaba una bella, aunque corta época, de un repleto romanticismo de amor, esperanza, dulzura, sentimientos, dolor, éxtasis imaginario y contemplativo, hadas, gnomos, indiferencia, interés, vida, luz y sombras, si todas estas circunstancias anímicas y espirituales resultan posibles conjugar, enlazar y unir, ya que Gustavo Adolfo Bécquer, era alma y sentimiento, amor y esperanza, puesto que su cuerpo enfermizo empujaba a su estado a desencadenar todas esas rimas y leyendas llenas de una fina filosofía fácil de asimilar, que en la mayor parte de los casos lleva impregnada una música rítmica y serena.

En Bécquer estaba la sangre andaluza y el aire sevillano y allí respiró los primeros hábitos de poesía que después desparramó, como agua cristalina por piedra lisa de alabastro, en los más diversos y casuales rincones, entre los que se halla Soria y sus cercanías.

Al pie del Moncayo, en Veruela y Noviercas, no hay duda que el autor de “las golondrinas” y “del arpa” no pudo encontrar mejor remanso de paz y de sosiego para su espíritu. Allí todo es azul y blanco y naturaleza infinita. El Moncayo es testigo de lo que hace la nieve y de lo que sucede en el cielo. Mantenedor de nubes juguetonas que lo acarician, saludan y despiden, pasando pensativas en busca de otras tierras después de recibir el fuerte choque en sus cimas y laderas. Sabe enviar el viento frío y cortante para dar origen a los más sabrosos refranes y cantiñas castellanas y aragonesas.

Casa de Bécquer en Noviercas (1970)

Las campanas de Soria Ilegaron a los oídos del poeta. En pocas ciudades como en la de Soria, se percibe su canto con tanta perfección y singular sonar. Desde las conventuales, que en invierno repitan y llaman a oración antes de llegar el nuevo día, hasta las de la larga y fuerte lengua de los templos mayores, pasando por la machadiana de la Audiencia, tienen un tocar especial nacido entre los fríos y nieves del invierno que hacen que sus rimbombantes ecos se estrellen en los cercanos cerros que están en constante contemplación paisajista.

Desde el monte de las Animas se percibe el sonar de las campanas y cuando hiela, llega el invierno, se serena la noche y tiemblan las estrellas, entre su eco y fantasía corren los espíritus que por allá tuvieron luchas hacia dentro y hacia fuera.

Al otro lado del Duero, el Monte de las Ánimas

Tanto fue su correr y fuerte la batalla que las sierras quedaron calvas, improductivas y dejando asomar cautelosamente alguna losa o piedra. Laderas cenizosas que, por no tener ni guardar nada provechoso, acuden en busca de los espíritus para convertirse en leyenda, recelo y precaución al igual que alma improductiva que camina y vaga sin mirada fija ni fin dispuesto, únicamente con la intención del susto, de la impresión y la sorpresa.

Del Duero surge vida, savia y esencia para derramarla por tierras fecundas y productivas que dan frutos dulces como las mieses, pan para las hostias y comida del mundo que labora y trabaja. El Duero, con su dinamismo y sus enfados, es el único que perturba el eterno sueño de lágrimas que, unas dormidas y otras despiertas, caminan y vagan por cambrones, tomillos, hierbecillas y guijarros.

Contador de historias y leyendas, guardando en sus entrañas los más misteriosos secretos, anda y camina, pasa, reposa y corre. Él conserva el crimen bestial que quedó impune bajo las sombras de sus aguas. Allí está el amor que, junto con el rumor de su agua, oyó cantar, decir y repetir una y mil veces la eterna monotonía del querer, para unas veces, ser realidad y en otras ocasiones verse trocado y roto. También escuchó la promesa nacida de la verdad y el fogoso sentimiento en varios casos encubierta por la pasión y el engaño. En los árboles que dio jugo y vida, se escribieron letras y atravesaron corazones con espada de madre dolorosa, a los que sus cortezas encallaron arterias cenizosas dejando las huellas de profundos sentimientos.

Por el río, por el Duero, por el puente, por San Juan, por San Polo o San Saturio, paseó el poeta del romanticismo y el amor, exhalando el perfume de su poesía y derramando el elegante y fino amor de sus leyendas, perseguido por el ladrar de perros y parado ante el tocar de las campanas.

Su cuerpo estaba a punto de quedarse solo y contemplar el caminar de su ánima. El caminar del ánima por un monte sin encinas, robles ni brezos; sin verde de la carrasca, ni morado florido del brezo. El caminar en solitario, junto con las ánimas de los templarios sin miedo a más obstáculos que a las losas pedregosas que con timidez se asoman formando uniformes líneas horizontales. Alma sin tropiezo y cuerpo desnudo cerca de convertirse en polvo. Alma llena de añoranza y amor al hacer despojo del ser que vive, palpa y siente.

Es doblemente impresionante contemplar el barranco del Duero con caminar y vida, hecho todo un cuerpo formado por agua, tierra, huertas, casas, árboles y vida, como descanso, remanso y sostén de esa mole infecunda de color de nubes de tormenta que lo bañan y confunden recogiendo en sus senos vacíos las almas errantes, de distintas figuras y varios modales.

Ahí queda en la lejanía el Moncayo azul con casco blanco, como muro infranqueable entre Tarazona, Tudela y Veruela, no dejando ventana abierta al monte de las Ánimas que lo acaricia el Duero, en la meditación sobre el espíritu de los templarios y guerreros que un día sembraron de esencia abstracta la umbría pelada de esa triste sierra en la que el poeta del romanticismo y el amor dejó su alma para seguir cantando en las aguas monótonas del Duero, dándole singular música que atónicas y perplejas recibirán los espíritus del amor.

 

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