Soria en la Historia
Crónica de la demolición de las murallas y castillo de Soria en 1812
Hacia finales del s. XIII seguramente estaban concluidas las murallas de Soria con un perímetro de más de cuatro mil metros y sus seis puertas cuya conservación corría a cuenta del concejo, según indica José B. Boces Diago en el capítulo dedicado al castillo y el recinto amurallado en el libro Soria. Su historia, sus monumentos, sus gentes. En opinión de Torres Balbás el recinto amurallado se construyó hacia 1196-1196 tras devastar la ciudad Sancho IV el Fuerte de Navarra. Si no se hubieran demolido durante la Guerra de la Independencia hoy la ciudad de Soria acogería anualmente a miles y miles y miles de turistas que habrían venido exclusivamente para contemplar tales fortificaciones. Esta es crónica de tal demolición, a manos de españoles y sorianos, tomando como fuente bibliográfica el libro del general Argimiro Calama Rosellón Historia de Soria (1808-1814) Sociedad y vida. Fastos y gestas. Desastres y expolios (Diputación de Soria, 2004).
Desde el 20 de noviembre de 1808 hasta marzo de 1812 permaneció el mariscal Ney en la ciudad, alejando de su residencia a la Junta Provincial de Soria, errante por diversos pueblos de la provincia coordinando actuaciones bélicas contra los invasores franceses. Ahora bien, el abandono definitivo de los franceses fue el 17 de septiembre de 1812, día en el que la guarnición francesa atrincherada en el castillo abandonó la ciudad replegándose con la tropa del general Darquier que, desde La Rioja, había bajado hasta Soria precisamente para recoger dicha guarnición. El general José Joaquín Durán había conquistado Soria el 18 de marzo con las tropas de la División 6ª de Soria, pero el castillo, infranqueable e imbatible entonces, había quedado en manos de la francesada.
La primera Junta, constituida el 3 de junio de 1808, fue sorprendida en Villaseca de Arciel y fusilada en febrero de 1809, y la siguiente se constituyó el 20 de marzo de 1810 dedicándose a movilizar a los sorianos para integrarlos en unidades militares a las órdenes del entonces brigadier Durán.
Dionisio Badiola, arquitecto y agrimensor, maestro de obras del ayuntamiento de Soria (casado con Sebastiana Echabarría, soriana de ascendencia), “organizó el plano de la Ciudad, y una vez ocupada ésta por los franceses a partir del 23 de noviembre de 1808, con riesgo de su vida, estableció contacto con la resistencia soriana… Llegó a desempeñar la Comandancia de Ingenieros de al División de Durán y sus consejos, asentados en el conocimiento real y actualizado de la ciudad y sus fortificaciones, para el asalto a la muralla de la ciudad fueron muy valorados”.
En el Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando están los planos topográficos de Badiola sobre el recinto amurallado del castillo de Soria y de alguno de sus barrios, anteriores a la democión.
Pocos sabrán que Napoleón ordenó en noviembre de 1808 al mariscal Ney que, una vez desarmada la ciudad de Soria, hiciera “saltar” sus murallas. Los 30.000 hombres de su ejército acamparon en los Royales, valle del Golmayo, la Dehesa de San Andrés y en el área de San Benito-Santa Bárbara. El general Enrique Jomini, antes de entrar, mandó quemar numerosas viviendas del arrabal, inmediato a la muralla (zona de la Plaza de Herradores actualmente). La resistencia fue pequeña y Soria fue conquistada con rapidez.
El mariscal Ney, ante una ciudad “completamente abierta por el lado de Osma” por la puerta del Postigo o de los Vargas (confluencia de las calles Collado y Marqués de Vadillo), optó por respetar las murallas argumentando, en carta enviada al cuartel general el 22 de noviembre que “la demolición de las murallas de Soria exigiría 20.000 libras de pólvora y un gran número de artificieros”, siendo además su demolición de dudosa utilidad pues exigiría mucho tempo, del que no disponía, “para hacer hornillos, cargarlos, darles fuego de modo escalonado, controlar los efectos de los explosivos, etc”, reume Argimirio Calama.
Es más, en los primeros meses de 1809, los franceses “reconocen las fortificaciones, se asientan las defensas del castillo en sus zonas más vulnerable, saneándose sus depósitos y aljibes, se refuerzan las murallas en el entorno de las puertas de acceso desde el exterior, se despejan los campos de tiro y avenidas de aproximación, etc..”
José Joaquín Durán Sánchez, que había nacido en Cervera del río Alhama (entonces incluida en la provincia de Soria) fue nombrado comandante general de las fuerzas militares de Soria y su provincia, y también presidente de la Junta Provincial de Soria, el 11 de septiembre de 1810 y tomó posesión de ambos cargos el 14 de noviembre en un acto solemne celebrado en la colegiata de Berlanga de Duero.
Asesorado por Badiola elaboró en Narros un plan operativo para conquistar la ciudad de Soria que incluía una serie de acciones preliminares entre las que cabe citar la realización varias brechas en las murallas por parte de los zapadores. Los españoles sufrieron considerables bajas en el asalto en torno a las puertas del Postigo y Rabanera y no se consiguió cortar el repliegue francés hacia el castillo ni abatirlo después por carecer de una eficaz artillería.
Badiola sugirió minar la loma del castillo que cae al Duero, pero se desechó debido a sus costes y al mucho tiempo que se precisaría, “pues la amenaza de la llegada de tropas francesas de refuerzo estaba latente desde el primer momento” y las prioridades estratégicas eran otras.
Seguidamente, “tras consultar con la Junta de Jefes de la División, decidió Durán antes de replegarse, demoler aquellos puntos del recinto amurallado y de las casas fuertes que la cubrían, para impedir que las tropas francesas, apoyándose en la muralla, ofreciesen de nuevo fuerte resistencia ocupando en fuerza la ciudad”, señala Argimiro Calama. “De momento, por no disponer de pólvora suficiente, tampoco tenía tiempo, ni plena autorización para una voladura general, dispuso una voladura parcial, minándose sólo parte de la muralla, la casa de la Pólvora, junto al río, y por el paseo del Mirón, y se pega fuego a los conventos de San Benito, la Concepción, San Francisco y San Agustín y al Hospital de Santa Isabel, los tres primeros situados extramuros del Arrabal y los otros dentro de la ciudad”.
Y Calama Rosellón comenta que esta voladura “privó a Soria de un cerco amurallado y de un patrimonio monumental muy valioso” y que hubo voces contrarias a tal demolición en la Junta de Jefes de la División en que se debatió su ejecución “en razón sobre todo a ser dueños los franceses del castillo y quedar otros dos conventos grandes dentro de la ciudad y un buen número de casonas y palacios”.
“Abiertas las murallas sobre todo en los paramentos que se descolgaban hacia el río Duero desde los cerros fronteros del Mirón y desde la base del castillo, el día 25 de marzo de 1812, la División inició escalonadamente la evacuación de la ciudad y de los vivacs o campamentos que había montado en sus proximidades”, abandonando la ciudad al día siguiente. Y es que Durán tenía informaciones referentes a que dos fuertes columnas francesas se encaminaban a Soria para auxiliar a la guarnición del castillo y copar a las tropas de la División 6ª de Soria. “Y a últimos de marzo las unidades francesas de auxilio de los sitiados en el castillo, entraron de nuevo en la ciudad, pero ya Soria no les servirá de cobijo, pues con las voladuras la ciudad había quedado abierta totalmente, sólo podrán sentirse seguros dentro del castillo”.
Meses después el general Durquier entró en Soria, el 13 de septiembre, “y al día siguiente de madrugada todos los franceses de Soria –la guarnición y las tropas recién llegadas- abandonaron definitivamente la ciudad y el castillo camino de Navarra y La Rioja. Y el día 14 entró el general Tabuenca, y el 16 lo hizo el general Durán “entre vítores y aplausos al frente del grueso de la División soriana”, siendo recibido “con júbilo indescriptible, volteo de campanas de las iglesias, engalanamiento de los balcones y ventanas, etc”. Y la ciudad festejó pocos días después, a San Saturio, “cuya ermita había sufrido mucho y había que remodelar”, siendo Badiola el encargado de tales obras.
Durán permaneció en la ciudad hasta primeros de octubre ya que tuvo que marchar hacia Aragón dejando en Soria de guarnición “una unidad tipo compañía reforzada, que participaría en las tareas de seguridad pero también de desescombro, de policía general, limpieza de vías y calles, colaborando en la demolición de los paramentos del castillo”.
Durán, jefe político de Soria, “antes de partir encomendó al nuevo ayuntamiento la misión de que en el plazo de diez días volasen los paramentos verticales del castillo y de su torre de homenaje” y en cumplimiento de una orden superior y mandato de las Cortes de Cádiz (que había ordenado la demolición de todas las murallas y castillo) “para evitar que pudiese volver a ser punto fuerte para el adversario”. Pero los franceses no volvieron a pisar Soria.
Los sorianos, con la ciudad liberada, eligieron su primer ayuntamiento constitucional el 1 de octubre de 1812 y los regidores municipales tomaron posesión del cargo el 2, día de San Saturio. Si bien no quedó constituido plenamente hasta el 25 de noviembre, según Calama Rosellón. El primer alcalde constitucional fue Vicente García de Leániz.
El nuevo ayuntamiento leyó en su sesión del 9 de octubre una comunicación de Durán en la que urgía sobre la demolición de los paramentos de la muralla del castillo y de su torre del homenaje, orden que ya había recomendado al marcharse de Soria una semana antes, e insistiendo en que en un plazo de diez días debiera estar ejecutada tal demolición. Así que el alcalde aprobó, en sesión del 13 de octubre, sacar a subasta “la demolición de 116 varas y media de las paredes del castillo”. Y al día siguiente se adjudicó en 10.500 reales de vellón a Francisco Calvo y su esposa. Cada vara, señalamos como dato comparativo, equivalía a 0,836 metros, por lo que la demolición afectó a unos cien metros de lienzo de muralla. Los zapadores señalarían los puntos discontinuos en la muralla donde fijar los hornillos para las voladuras, “de tal modo que separados unos de otros, la suma del total de metros de paramentos destruidos arrojase la suma de 111 varas y media o cien metros, afectando a los puntos más sensibles de la fortaleza”. Argimiro Calama aclara que “lo normal era abrir un portillo amplio cada diez o quince metros de muralla para inutilizar su uso defensivo posterior, con hornillo bajo los cimientos para que el destrozo y la destrucción fuese desde el suelo hasta la coronación y con difícil reparación”.
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