Judería de Soria
El Más Allá en Soria: Posible necrópolis judía del castillo de Soria
En 2013 se llevó a cabo una intervención arqueológica en la ladera meridional del Cerro del Castillo, en su sector más alto, por parte de Arquetipo SCL para documentar unos restos humanos que habían aparecido por efecto de la erosión, “determinando su asignación cronológico-cultural y su relación con el entorno, así como su protección”, según informa Arquetipo en su ensayo “Arqueología en el Cerro del Castillo de Soria. Avance de su necrópolis judía” (Revista Oppidum, nº 11, 2005). Se aprovechó también la ocasión para analizar la muralla de la ciudad por esta zona, en la que tiene doble trazado: “en la parte baja de la falda suroeste se localizaron algunas estructuras murarias, extramuros, que vinculamos con la antigua ermita de Nuestra Señora de las Viñas“.
Realizaron cinco catas de excavación abarcando una superficie de 20 metros cuadrados por la zona donde afloraban los restos óseos y encontraron ocho enterramientos. Las fosas están orientadas de norte a sur (cabeza-pies, y “alcanzan u horadan el terreno natural… En los casos en que ha sido posible su identificación la tendencia es trapezoidal -debido a la mejor conservación del ataúd- u oval, con los extremos redondeados”.
Un único individuo fue enterrado en cada tumba. “En general se disponen en filas, manteniendo una distancia regular entre ellas. Esta distribución nos impide hablar, al menos de momento, de agrupaciones familiares”, indican los arqueólogos. “Los cadáveres se depositan dentro de cajas de madera”, añaden. “El difunto se colocaba en decúbito supino, con la cabeza orientada al norte y los pies al sur. El cráneo indistintamente hacia el frente o vuelto a derecho o izquierda… Las extremidades superiores se estiran a lo largo del cuerpo con las manos situadas bajo las caderas o con el brazo izquierdo ligeramente flexionado y con la mano en la zona púbica. En cuanto a las extremidades inferiores, están extendidas siguiendo el eje del cuerpo”.
Las osamentas corresponden a adultos con una altura media de 1,60 m. No encontraron ajuares en ninguna de las tumbas, “recuperándose únicamente escasos fragmentos cerámicos, tanto prehistóricos como de época medieval, que se hallaban descontextualizados en los estratos que cubrían la necrópolis“, por lo que es difícil asignarles una cronología.
Los arqueólogos estiman que se trata de una necrópolis judía: “Conjuntamente con el entorno en el que se ubica, al exterior del recinto urbano, en un lugar elevado, orientado hacia el sector donde se encontraba el barrio judío y cerca de las murallas, nos han llevado a vincular este cementerio con la comunidad judía que habitó en la ciudad hasta 1492”. Reconocen, no obstante, que “hasta el momento la arqueología no ha podido corroborar la ubicación de dicha judería dentro del recinto defensivo”, aunque apuntan la posibilidad de que ocupasen “el espacio generado al amparo del castillo en su ladera oeste, defendido e individualizado por el doble recinto de muralla que desde la puerta de Valobos alcanza la fortaleza, como uno de los posibles ámbitos de expansión de la aljama judía”.
Martel, a finales del siglo XVI, decía: “en el castillo de Soria, dentro del muro principal, hay un cuerpo espacioso en el cual antiguamente hubo trescientas casas y un templo, que hoy dura, aunque arruinado. Muchas de estas casas dicen que eran de judíos, y aquella población, con la que había por fuera, se llamaba alhama”. A su vez, Nicolás Rabal, en su monografía de Soria de 1889, aclaraba:
La antítesis de esta necrópolis, la de Deza
Los excasos vestigios funerarios hallados, sin ajuares que determinen que correspondan sin duda alguna a la aljama judía del castillo o su entorno, contrasta mucho con las exhumaciones que Blas Taracena realizó a principios de la década de 1930 en la necrópolis judía de Deza. Blas Taracena excavó la necrópolis del llamado “Cerro de los Judíos” en Deza en el que puso al descubierto 57 sepulturas en su zona oriental con la cabecera orientada al norte. Encontró un total de 600 clavos (incluyendo los fragmentos) en 38 de ellas (ocho de niños, tres de púberes y 27 de adultos, varón y hembra). En la que al menos había 5 clavos y en la que más hasta 37 clavos de hierro de cabeza circular entre 3 y 7 centímetros de longitud. También halló una especie de saeta de doble punta, de hierro igualmente, y de 10 centímetros de largo que muy probablemente sirvieron para los ensamblajes de madera que, para Taracena, debieron ser parihuelas.
En estas tumbas se encontraron anillos, cuentas de collar, hilos y alfileres de bronce, monedas diversas, adornos de bronce y plata y varios objetos más cuya relación pormenorizada ha sido dada a conocer por Jorge Casanovas Miro y Odile Ripoll López en 1983 .
Taracena fecha las sepulturas con clavos en el siglo XII y XIII. Destaca siete esqueletos “que tangencialmente al cráneo y como dibujando su perfil acostado, de frente o de lado, tenían hincados cuatro, cinco o seis clavos recorriendo desde la protuberancia externa del occipital hasta la elevación frontal”. En el tronco, brazos, piernas, pies y pubis (un caso) también había clavos .
Resume Taracena sobre la ubicación de los clavos afirmando “que sólo atravesaban paquetes musculares” (exceptuando los de la cabeza), lo que parece determinar “que para introducirlos se aprovechó la rigidez cadavérica, y, por lo tanto, que se trata de actos sufridos `post-mortem´”
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