Alfonso I rey de Soria
Collación de Santa Cruz y el Batallador (2)
Se ha sugerido hasta ahora que quizás los colonos que crearon la collación de Santa Cruz en la recién fundada Soria por El Batallador en 1119 provenían de la aldea yangüesa de Santa Cruz en las Tierras Altas merineras sorianas, lo cual podría ser cierto ya que de la Tierra de Yanguas hubo colonizadores en Ágreda, por ejemplo. Claro está que nadie hasta el momento –que sepamos- ha tenido en cuenta que el clan primitivo fundador de esta collación pudiera ser aragonés y, por tanto, no se ha indagado acerca de tal posibilidad, lo que si haremos nosotros en este artículo.
Culto al Lignum Crucis
La devoción a la Santa Cruz fue muy importante en la vida de Alfonso I el Batallador, desde la infancia hasta su muerte en septiembre de 1134, días después de la batalla de Fraga. Quizás el primer Lignum Crucis que besó siendo niño fue el existente en el monasterio de San Juan de la Peña, a donde su padre llevaba a sus infantes a pasar la estación entera de la Cuaresma. Y el último que besó fue el que se llevó del monasterio de Sahagún.
En la Crónica del Emperador Alfonso VII, escrita como muy tarde hacia 1153, se dice (1): “El rey de Aragón siempre tenía consigo en campaña un cofre hecho de oro puro adornado con piedras preciosas por dentro y por fuera, en el que había una cruz venerable por las reliquias del madero salvador en el que fue colgado nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios, para redimirnos…”. Además tenía otras arquetas que contenía también “reliquias de Santa María y del madero del Señor, de apóstoles, mártires y confesores, de vírgenes, patriarcas y profetas”. Se guardaban en la tienda de campaña habilitada como capilla, al lado de las tiendas del rey, “y los sacerdotes, diáconos y gran parte de los clérigos diariamente las vigilaban y custodiaban, y siempre ofrecían sobre ellas el sacrificio a Dios Nuestro Señor”. Todas ellas se perdieron en la batalla final de Fraga (19 de julio de 1934).
Un tercer Lignum Crucis que es seguro que besó y reverenció fue el existente en el monasterio de San Pedro de Siresa en el que se educó (al menos entre 1082 a 1085), en el que está documentada desde comienzos del siglo IX la existencia de esta reliquia, consistente en una cruz litúrgica con una pequeña esquirla de la madera de la Vera Cruz hallada por Santa Elena en el Calvario.
Precisamente la presencia de esta reliquia y el culto importante que se le tenía allí ha hecho sospechar a algunos historiadores de arte que fue el motivo principal por el que su planta románica es la de una cruz latina, diseño que, en principio, podría parecernos natural dado que fue en una cruz donde Jesús cumplió su sacrificio divino. Pero no es así. “Aunque tal diseño podría parecer normal entre las iglesias románicas, lo cierto es que no fue frecuente en la arquitectura aragonesa de la época, ni tampoco en la navarra (regida por los mismos monarcas entre 1076 y 1134”, nos advierten Aguirre, Lozano y Gómez-Chacón en su ensayo monográfico sobre San Pedro de Siresa y El Batallador (2).
Fue durante el reinado del Batallador cuando se culminó la fábrica románica de San Pedro de Siresa, época en la que tan sólo encontramos además la planta templaria en cruz latina de una nave en las iglesias aragonesas de San Pedro de Lárrede y Santa María de Santa Cruz de la Serós y, en lo que respecta a Navarra, en la catedral de Pamplona (3): “… el período en que coinciden mayor número de circunstancias favorables a una empresa de estas dimensiones corresponde al reinado de Alfonso el Batallador (1104-1134), puesto que podemos verificar el interés personal del soberano por la canónica de San Pedro de Siresa y su entorno, la confirmación de sus propiedades, la concesión de privilegios y legados, el importante papel que jugaron sus abades en la curia regia durante su mandato y la existencia de una comunidad floreciente de canónigos”.
El Batallador también conoció ya desde niño y adolescente el cercano monasterio benedictino de monjas existente en la aldea de Santa Cruz, en el valle que hay bajo San Juan de la Peña, dado que allí estaban profesas dos tías suyas y, como protectora máxima, su tía doña Sancha que fue para él una especie de tutora (4). El por qué de la planta en cruz latina en el asombroso templo de Santa María de la Serós ha sido explicado por los autores citados del siguiente modo: “Confluyen dos hipotéticas motivaciones. Por una parte, se trata de un monasterio en el que el culto a la Santa Cruz está atestiguado por el propio nombre de la localidad, por lo que la adopción de esta solución planimétrica podría tener un componente significativo. Por otra, la promoción del cenobio estuvo muy vinculada a la condesa doña Sancha, hermana de Sancho Ramírez, que había estado casada con Armengol III de Urgel y habría podido conocer templos de nave única cruciformes en tierras catalanas, donde fueron frecuentes”. En cuanto a San Pedro de Lárrede, estos investigadores la consideran posterior; es decir, que Santa María de la Serós sería la pionera de la planta en cruz en iglesias de nave única en Aragón.
Santa Cruz de Biel, Tudela, Tarazona y Ágreda
Otra localidad aragonesa muy vinculada al Batallador y al culto a la Vera Cruz es Biel, en la comarca zaragozana de las Cinco Villas, que formó parte de la dote en arras que Sancho Ramírez entregó al casarse en 1071 con su segunda esposa, Felicia de Roucy, a cuyos contactos con arquitectos franceses se debe la construcción del extraordinario donjón en el que correteó El Batallador siendo niño. Este patrimonio de doña Felicia pasó a su hijo mayor, Fernando, fallecido a los 25 años, y toda la herencia patrimonial materna pasó a manos del Batallador tras morir su hermanastro, el rey Pedro I, en 1104, siendo antes, al parecer, señor de Biel entre otras villas (5).
Pues bien, al menos durante el reinado del Batallador había en Biel un templo dedicado a la Santa Cruz. Y documento hay en el que Ramiro II el Monje desde Jaca concede en junio de 1137 la iglesia de San Martín y de Santa Cruz de Biel al monasterio de San Juan de la Peña, “con todos sus términos y derechos en recompensa de los 500 marcos de plata que había sacado de aquel monasterio para sus urgencias” (6).
Mucho más cerca de Soria tenemos una iglesia románica dedicada a la Santa Cruz en la navarra Tudela y en la zaragozana Tarazona. El documento más antiguo que se conoce sobre la Santa Cruz de Tudela es de 1145 y en él se indica que pertenece a los monjes sagienses. En cuanto a Tarazona, en el barrio de Rabate consta que en 1136 el tenente Fortún Aznar (que pudiera ser también de Berlanga de Duero) dona algunos bienes suyos en Tarazona a la iglesia de Santa Cruz de Rabate, y se sospecha que su construcción románica data del entorno de 1126 (7).
En cuanto a la iglesia románica de la Santa Cruz en Ágreda se sabe que perteneció a la Orden de los Hospitalarios Sanjuanistas y que se mandó demoler en 1788 aunque persistieron unos muros y el ábside, que pudo fotografiar J.A. Gaya Nuño hacia 1945.
La cruz en el signo y monedas del Batallador
Manuel Mozo Monroy, en su ensayo “Labras de un Rey Cruzado por Cristo…”, nos muestra una serie de monedas labradas por mandato de Alfonso I el Batallador en las que aparece, en todas ella, una o más cruces (7). Y le califica de Rey Cruzado por Cristo en función de su ideario religioso y por dejar en su testamento su reino a tres órdenes militares con sede en Tierra Santa.
Así nos lo explica: «El rey de Aragón tenía un profundo sentido religioso, presumiblemente inculcado por su madre Felicia de Roucy, que trajo educadores francos para su enseñanza, y por la educación eclesiástica recibida en el monasterio oscense de San Pedro de Siresa donde pasó toda su infancia. Durante toda su vida fue el prototipo de Caballero Cruzado -“christi belligerum” como lo citaban algunas crónicas-, que vivió y reinó para enaltecimiento de Cristo y la expansión de su imperio -“Imperium Christianii-, dejando el ejemplo más palpable de ello en 1124, cuando fundó en Monreal del Campo (Teruel) la orden de caballería “Militia Christi” para someter a los sarracenos y abrir un camino por mar hasta Jerusalén. De hecho, al finalizar sus días, el 7 se septiembre de 1134 en la monegrina Polemiño (Huesca), dejó escrito y rubricado en Sariñena -apenas tres días antes, el 4 del mismo mes- su más que polémico segundo testamento por el que a su muerte dejaba todos sus reinos -“totam etiam terram meam”-, a falta de hijo varón que los heredase -quizá intentando evitar algún posible reclamo territorial por parte de Alfonso VII-, a las tres órdenes militares protectoras de los Santos Lugares de Tierra Santa: la Orden de clérigos regulares del Santo Sepulcro de Cristo -“Domine Sancti Sepulchri”-, la Milicia del Temple o del Templo de Salomón -“Militia Templum Domini”- y la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén -“Ospitali pauperum quod est Iherosolimis”-. Con ello demostraba palpablemente su verdadera y sincera entrega a Dios y a quienes dedicaban sus vidas por Él. A su vez, dejaba clara su nula creencia en la Iglesia y en el Papado, al que pudo sin problema alguno haber enfeudado sus reinos, pero a los que sin embargo prefirió no confiárselos…».
Así mismo interpreta que “la representación de la Cruz de Cristo sobre una peana en sus emisiones teóricamente pretendería transmitir la imagen del sólido basamento de su creencia cristiana en los monjes ordenados por y para Cristo”.
El reverso más utilizado en las monedas conocidas del Batallador es el que representa al Árbol de la Vida ramificado con una cruz en su cima con la leyenda, partida, Ara Gon, que alude al reino, y que tal vez esté basada en la leyenda de la aparición de la cruz sobre una encina, emblema de Sobrarbe, pero si leemos a San Buenaventura comprobamos la interrelación simbólica y teológica entre el Árbol de la Vida y la cruz del Calvario.
La cruz de San Jorge en el escudo del Batallador
El escudo de Aragón impreso en libros a partir de finales siglo XVI incorpora en tres de sus cuarteles tres cruces: la Cruz de Íñigo Arista, la Cruz de Alcoraz y la citada Cruz de Sobrarbe. La inclusión de estas tres cruces al escudo de Aragón en fechas tan tardías, -aunque basadas en tradiciones, signos regios, sellos reales y monedas-, son muy posteriores al Batallador, y la referencia que hacemos a ello es para ratificar la vinculación emblemática de la cruz con Aragón en el transcurso de los siglos (9).
Según los heraldistas de la revista Linajes de Aragón, el primer escudo como tal que tuvo Aragón es el de la Cruz de Alcoraz, batalla de 1096 que resultó victoriosa para Pedro I en la que participó su hermanastro, Alfonso Raimundez (o sea, El Batallador) dirigiendo la vanguardia de lanceros que fue decisiva en el resultado final (10). El cronista Jerónimo Zurita dice: “Escriben los autores modernos que entonces tomó el rey por sus armas y devisas la cruz de sant Jorge en campo de plata, y en los cuadros del escudo cuatro cabezas rojas por cuatro reyes y principales caudillos que en esta batalla murieron; y estas armas quedaron de allí en adelante a los reyes de Aragón”.
Ahora bien, en la Primera Crónica General de Alfonso X el Sabio, el escudo con la cruz de San Jorge se atribuye al Batallador: “Este rey don Alfonso de Aragón el Batallero traía las armas del campo blanco y la cruz bermeja, y en los cuatro cuarteles del campo traía cuatro cabezas de moros negros; y hacía esto por cuatro reyes moros que venciera y matara en un día en una batalla”.
Y dicho ya todo lo que acabo de escribir, hay que convenir que es muy probable que la iglesia y collación de la Santa Cruz de Soria fue creada por colonos aragoneses traídos por Alfonso I el Batallador.
NOTAS
1.- Murillo Pérez González: Crónica del Emperador Alfonso VII, Universidad de León, 2º edición revisada, 2015, libro I, párrafo 52, pp.108-109. Es idóneo señalar aquí que el Lignum Crucis custodiado en la concatedral soriana de San Pedro y que se procesiona el Viernes Santo, se considera que debía estar en la iglesia de Santa Cruz y que fue anejada a la entonces colegiata sanpedrana a finales del siglo XVIII. El documento más antiguo que se tiene de este Lignum Crucis es de 1522. El año anterior, a demanda del papa Adriano VI, se remitió la reliquia a la Santa Sede, que sería devuelta por Adriano VI para que siguiera venerándose.
2.- “San Pedro de Siresa y Alfonso el Batallador”, en Monumentos singulares del románico. Nuevas lecturas sobre formas y usos, Fundación Santa María la Real. Centro de Estudios del Románico, Aguilar de Campoo, 2012, pp. P. 155.
3.- Ibid., p. 168.
4.- Sancho Ramírez tuvo tres hermanas: la condesa Sancha (n.ca. 1045 / m.1097), Teresa y Urraca. Enviudó de Armengol III de Urgell en 1065. Durante su estancia en Urgell, “conoció a los legados pontificios y entable con ellos esa relación que fue determinante para la modernización –romanización- del reino de su familia”. Se la considera “fiel consejera principal y mano derecha” del padre del Batallador y consejera muy oída por Pedro I. Administró el obispado de Pamplona (1082-1083), presidió el monasterio de San Pedro de Siresa; “donde asumirá la responsabilidad de criar a su sobrino el infante Alfonso”. Y aunque no abadesa, y ni siquiera monja, gobernó el cenobio de Santa María en San Cruz de la Serós: “Todo cuenta con su aprobación y todo lo rubrica ella”. Y allí reside permanentemente “salvo cuando viaja para participar en los grandes eventos de la corte”. En 1095 firma su testamento en el que manifiesta su intención de seguir pagando la construcción del nuevo templo monástico, “del que pudiera estar edificándose ya la cabecera” y poco después, en el segundo cuatrimestre de 1097 fallece en Santa Cruz de la Serós. Sus restos mortales se colocaron en un sarcófago románico dentro de la actual iglesia antes de 1120; los bajorrelieves de este sepulcro – realizado hacia 1100- son una joya del arte románico y se encuentra desde 1622 en Jaca (datos extraídos de Domingo Buesa Conde: “Santa Cruz de la Serós y el sarcófago de la condesa Sancha”, en VV.AA.: Panteones Reales de Aragón. Catálogo, Gobierno de Aragón, Zaragoza, 2018, pp. 74-83).
5.- La Ribagorza fue dada en arras a Felicia de Roucy. En noviembre de 1086 se documenta que su hijo mayor, Fernando, nacido en 1070 o 1071, es el heredero responsable de los bienes y derechos de su madre y familia, pero como Sancho Ramírez quiere que su hijo Pedro vaya preparándose para sucederle, le nombra rey de Ribargoza y Sobrarbe con sujeción vasallática (figura como tal en 1085), por lo que se llega a un acuerdo entre Pedro y Fernando por el que éste renuncia su herencia materna de la Ribagorza a cambio de otros feudos y bienes. “Entre estos figuraban Bailo, Sos y Biel…”, afirma Manuel Iglesias Costa (Historia del condado de Ribagorza, Instituto de Estudios Altoaragoneses, Diputación de Huesca, 2001, pp. 147-148). Sin embargo José María Lacarra señala que Biel formaba parte de las arras de Felicia de Roucy y que El Batallador, siendo infante, la tuvo en señorío. Lacarra escoge dos circunstancias para referirse a este señorío del Batallador de Biel. El primero de ellos es cuando señala que siendo infante viajó por Francia y entabló amistad con diversos nobles que luego le ayudarían en sus batallas. “De entonces datarán también muchas amistades, que luego de rey encumbrará a los primeros puestos del Estado: Castán, procedente sin duda del otro lado de los Pirineos, a quien Alfonso confiará el gobierno de la plaza de Biel —la misma que él regía siendo infante y que formaba parte de la dote de doña Felicia—; él será su compañero de armas en trances difíciles y su consejero de confianza en las azarosas intrigas castellanas…”. El otro momento de su vida en el que recuerda que Biel era patrimonio de su madre (y por tanto, no transferido por la Ribagorza a Pedro I), es el testamento del Batallador donde queda reflejado que “a los monasterios de Sanjuan de la Peña y de San Pedro de Siresa, donde él se había criado, les deja por mitad los bienes que habían constituido la dote de su madre, es decir, Biel, Bailo, Astorito, Ardenes y Sios”.
6.- Joaquín Tarrega, “Ilustración del reynado de Don Ramiro II de Aragón, dicho el Monge, ó Memorias para escribir su vida”, en Memorias de la Real academia de la historia, Volumen 3, Madrid, 1799, p. 494. Estas Memorias las leyó Tarrega en la Junta Ordinaria de la Academia de la Historia el 12 de septiembre de 1795.
7.- Véase, Ángel Canellas López: “Tarazona y sus gentes en el siglo XII”, en Cuadernos de Historia Jerónimo Zurita, 16-18, Zaragoza 1063-1965, p. 43. Sofía Gómez Villahermosa: “Apuntes sobre la aparición de los restos de la iglesia de la Santa Cruz del Rabate en Tarazona”, en Tvriaso XVII, 2003-2004, pp. 295-301.
8.- Manuel Mozo Monroy: “Labras de un Rey Cruzado por Cristo: Alfonso I, el Batallador (1104-1134). Acuñaciones Castellano-Leonesas y Navarro-Aragonesas”, en Revista Numismática Hécate, nº 3.
9.- Véase, por ejemplo, en la revista Linajes de Aragón el artículo de Gregorio García Cipres, “Signos y sellos reales de Aragón” 1914, pp. 24-34 (desde García Ximenéz a Jaime I) y la serie de artículos “Historia del legítimo escudo de Aragón-Cataluña” escritos por Pascual de Santa Pau en 1913. La conclusión está en “Sobre el verdadero escudo de Aragón”, editorial que abre la revista quincenal Linajes de Aragón, nº 10, Tomo V del 15 de mayo de 1914.
10.- Monográfico El escudo de Aragón, coordinado por Guillermo Fatas, donde leemos: “Según Zurita, Pedro I adoptó el escudo de Alcoraz por la intervención milagrosa de San Jorge en la batalla y por la muerte en ella de cuatro caudillos moros. Según un texto del siglo XIV fue su hermano, el infante Alfonso (futuro rey Batallador), quien mató a los cuatro moros en la batalla. De ahí la Cruz de Alcoraz, enseña personal del rey que luego pasó a ser el emblema propio de Aragón”. En La Crónica de San Juan de la Peña, se describe así la participación de San Jorge: “Et este día mismo fue la batalla de Antiochia del gran peregrinage [las cruzadas]; et un cavallero de Alemanna fue entramas las batallas de Anthiochía et de Aragón, que en la batalla de Anthiochía do andava apeado prísolo San Jorge en las ancas del cavallo; vencida aquella batalla, vínose San Jorge con el cavallero a la batalla de Huesca et vidiéron lo visiblement con el cavallero en las ancas, et dexólo allí do oy en día es la eglesia de San Jorge de las Boqueras. El cavallero cuydó [advirtió] que toda era una batalla pero no conocía ni entendía ninguno de los de allí, et por razón que sabía gramática el cavallero, entendieron algunos en latín et recontó este miraglo”.
En el Boletín Oficial de Aragón (Ley 2/1984, de 16 de abril) se describe el escudo de Aragón en estos términos: «El Escudo de Aragón, por vez primera atestiguado en su disposición más conocida en 1499, se compone de los cuatro cuarteles que, en la configuración adoptada, se difundieron con predominio sobre otras ordenaciones heráldicas, tendiendo a consolidarse desde la Edad Moderna para arraigar decididamente en el siglo XIX y resultar aprobados, según precepto, por la Real Academia de la Historia en 1921.
En la descripción de los cuarteles del Escudo se han seguido los más tradicionales criterios al respecto, en cuanto símbolo que cada uno de ellos es de nuestro antiguo Reino, o de una parte territorialmente importante del mismo. Así, el primer cuartel, siguiendo el modelo más antiguo conservado, de 1499, conmemora al legendario Reino de Sobrarbe; el segundo describe la denominada de antiguo “cruz de Iñigo Arista”, considerada como el emblema tradicional del Aragón antiguo; el tercer cuartel sigue a los modelos antiguos, conforme a los cuales era considerado como el emblema más específico del Reino de Aragón, en el siglo XIV, y el cuarto, que, según los heraldistas, representa el Aragón moderno, recoge las “barras” aragonesas, que constituían el “senyal” del Rey don Alfonso II».
AUTOR del Ensayo: Ángel Almazán de Gracia
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