Gótico en Soria

La iglesia y convento de Santa Clara, según Pelayo Artigas

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La mayor fuente informativa publicada sobre la iglesia gótica y el antiguo convento anexo de las clarisas se encuentra en el ensayo de Pelayo Artigas Artigas titulado Los conventos franciscanos de Soria  (Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, 1928). Y ahora que el Ayuntamiento de Soria está acometiendo la restauración y remodelación  de este conjunto arquitectónico para adecuardo como Centro Cívico del barrio del Calaverón,  contando además con una subvención de Fondos FEDER dentro de la Estrategia Urbana de Desarrollo Urbano Sostenible e Integrado Soria Intramuro, idóneo es rescatar algunas partes del capítulo dedicado por Pelayo Artigas  a ambos edificios. Recordemos primero, la presentación del inicio de las obras a la prensa el pasado 27 de agosto con este vídeo.

Con autorización del Concejo de Soria se aprobó la instalación de las monjas franciscanas clarisas en la Soria de 1286.

Reyes y prohombres sorianos otorgaron privilegios diversos y otorgamientos varios. Algunos miembros de las familias de los Miranda y Río destacaron en su patrocinio.

Mujeres de alcurnia lo escogieron, por ejemplo…

DESCRIPCIÓN DE LA IGLESIA Y DEL CONVENTO
Pelayo Arrtigas

Cuatro eran las principales construcciones, en comunicación unas con otras, que alrededor de un patio cuadrangular, e independientes de la casa del capellán, situada a la izquierda de la gran puerta de entrada al recinto monacal, ocupaban la meseta de Santa Clara.

La arrogante iglesia, con ingreso por el Norte; dos cuerpos de edificio perpendiculares a ella, y otro, que unía los anteriores. Las celdas de las religiosas estaban en el pabellón unido al templo por el coro, y junto a éste se elevaba un modesto campanario de ladrillo.

La iglesia, de grandes y buenas proporciones, de unos 25 metros de longitud por 10 de anchura, era de planta rectangular y una sola nave, sin capillas laterales, cerrada por un ábside pentagonal. Bien iluminada por luces del mediodía que reflejaban sus blancos paramentos. En el muro de fondo estaban los dos amplios coros, alto y bajo, cerrado aquél por una gran celosía. El inferior tenía un comulgatorio en arco redondo, con imágenes pintadas de San Francisco y Santa Clara a los costados y una custodia encima. Su robusta construcción de piedra estaba refoizada con sillares en los ángulos y toda la cabecera era de sillería. El cuerpo de la iglesia estaba cubierto por una hermosa bóveda de dos tramos, de complicada nervatura, apoyada en arcos fajones, levemente apuntados, que volteaban sobre esbeltas semicolumnas adosadas, recorridas por finos baquetones que aumentaban su esbeltez.

Dobles collarinos, continuación de las molduras de la cornisa, que sobre el altar mayor formaba un guardapolvo, suplían a los capiteles, simulando, más bien que soportar el arranque de los nervios, sujetar los finos hacecillos de frágiles columnillas que desde sus diversos zócalos parciales, de la misma altura, se alzaban sobre el principal. Y con ser tan bellas y elegantes ambas bóvedas del cuerpo de la iglesia aun las supera en mucho la que cierra el ábside con verdadero alarde de ligereza y buen gusto, formando una red de múltiples nervios y bovedillas que guarecían el presbiterio a modo de primoroso y fantástico dosel.

Dos puertas facilitaban el ingreso al templo: una para el servicio de los fieles, y otra enfrente en comunicación con la sacristía. Ambas se abrían hacia los pies de la iglesia. La primera, bajo un pórtico de dos arcos redondos sostenidos por columnas, daba acceso por el lado del Evangelio. Era una elegante puerta con finas molduras, guarnecida por columnas de imitación clásica, apeadas sobre altos pedestales, que sostenían un cornisamento; luciendo entre éste y el arco cuatro escudos (dos a cada lado y uno debajo de otro), blasonados con las lises, las ondas y las estrellas de la opulenta familia de los Ríos. Puerta que, aunque maltrecha, todavía se conserva, no pudiendo decir lo mismo de la otra que, con la inscripción: “Clara, 1664”, también se abría bajo otro pórtico, sobre el que hubo una hermosa galería para tomar el sol, porque ha desaparecido.

En el otro cuerpo de la iglesia, y también uno frente a otro, existían dos nichos de arco escarzano, provistos de frontones triangulares partidos y terminados por una cruz, cubiertos por los altares dorados del Pilar y de Santiago, instalados hoy día en el crucero de la insigne Colegiata de San Pedro.

Al lado de la Epístola, y junto al majestuoso y blasonado arco triunfal, se alzaba la sagrada cátedra.

A ambos lados del presbiterio, separado del resto del templo por una amplia escalinata que le atravesaba de parte a parte, había suntuosos enterramientos bajo redondos arcos de sepultura.

Y entre ellos se ostentaba un gran retablo plateresco, conservado hoy día en la nave de entrada a la Colegiata, formado por tres cuerpos y un ático, que termina en un frontón triangular con la figura del Eterno.

En el tablero central, y entre diversos santos en sus nichos respectivos, aparecen: una Virgen vestida, la Asunción de Nuestra Señora y el Arcángel San Miguel; y los recuadros laterales, flanqueados por imágenes guarecidas, como las anteriores, en apechinadas hornacinas, representan: La Anunciación, la Visitación, el Nacimiento, la Epifanía, la caída de Jesús con la Cruz acuestas y la Piedad. Hermoso retablo, de muy buena factura, acaso de Berruguete, que, por llevar en su terminación las cuarteladas armas de los Ríos, y los Salcedos, nos inclinamos a creer que pudo ser un espléndido donativo al templo, que, en el reinado de Carlos V, hicieron D. Antonio del Río, el Rico, y su esposa D.a Catalina de Salcedo.

En la clausura del convento, vuelto a restaurar en los siglos XVII y XVIII, con austera modestia franciscana, sólo resplandecía la limpieza.

Una estrecha escalera de ladrillo, con listones de madera, establecía la comunicación entre los dos pisos de la casa conventual; y por una puerta de medio punto del rellano de la escalera las religiosas pasaban al santo coro, donde a diario rezaban las horas canónicas y cantaban alabanzas al Señor.

Capacidad debía tener bastante, ya que la patente del R. P. Provincial Fray Hernando de la Rúa, dada en el Real Convento de San Francisco,de Valladolid, el 22 de Febrero de 1676, asignaba al Monasterio sesenta religiosas, con dote de 1.300 ducados. Y la del P. Provincial Fray Ángel de Cevallos, también fechada en Valladolid, pocos añosdespués, el 30 de Marzo de 1685, lo sigue autorizando a tener las mismas religiosas, pero rebajando el dote a 1.100 ducados.

Sin embargo, nosotros creemos que nunca llegó a tener cubiertas ni la mitad de plazas concedidas, pues a juzgar por las actas de elecciones abaciales que hemos podido ver, resulta que, a mediados del siglo XVIII, sólo tenía ocho monjas de coro; a primeros del XIX, siete; a mediados del mismo, seis, y a primeros del XX, doce. En la actualidad tiene quince monjas profesas, una hermana de velo blanco y dos novicias.

Traslados

Habiendo sido preciso, durante la guerra civil que estalló a la muerte de Fernando VII, aprovechar la estratégica posición de este convento para transformarlo en cuartel, se trasladaron sus ocho clarisas, en 1834, a la apacible casa plateresca contigua a la iglesia de San Clemente, que, desde el incendio del suyo, ocupaban las concepcionistas.

Y, desde aquí, después de hacer las indispensables obras de restauración y adaptación, que costaron 24.464 reales 25 maravedises de vellón, adelantados por el Sr. Marqués de la Vilueña, pasaron veinte años después a ocupar el ex convento de Dominicos adosado a la antigua parroquia de Santo Tomé.

A los seis años de ocupar su nuevo domicilio, el 15 de Septiembre de 1860, se ajustaron entre el canónigo de la Colegiata, D. Buenaventura Conde, a la sazón vicario del Convento; D. Víctor Millán Ruiz, maestro alarife, y D. Julián Herrero, maestro carpintero, vecinos de la ciudad, las más urgentes obras para recorrer los tejados, pavimentar los claustros, ampliar el coro y arreglar otras dependencias en 11.591 reales. Las cuales se llevaron a cabo siendo abadesa D.a Manuela Gutiérrez, y, una vez reconocidas y aprobadas por el competente D. Dionisio López Pelayo Artigas de Ceraín, catedrático de Matemáticas del Instituto, se abonó a los contratistas el tercero y último plazo el 14 de Enero de 1861.

Últimamente, el año 1917, con motivo de la restauración de la arcaica iglesia de Santo Domingo, dirigida por nuestro inolvidable amigo, ya difunto, el reputado arqueólogo D. Teodoro Ramírez, y costeadas por el Excmo. Sr. Vizconde de Eza, se hicieron también algunas obra en el convento.

Caducados los honrosos privilegios que figuran en su Archivo, hoy día las pobres Clarisas de Soria arrastran la vida precaria de la mayoría de las monjas de clausura; sufrida con la admirable resignación cristiana, propia de las almas fuertes, que, aspirando a disfrutar en el Cielo la gloria eterna, no conceden importancia alguna a los vanos y fugaces atractivosde de la tierra.

REVISTA LA ESFERA -1929

Pelayo Artigas Corominas publicó el artículo “Las pobres Clarisas de Soria. Monjas de pergaminos” en la revista “La Esfera”, nº 820 del 21 de septiembre de 1929, repitiendo parte de lo que había escrito en el ensayo anterior.

 

 

 

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